Saltar al contenido

El Caos Ordenado (Parte I)

Para unos padres, ver cómo su hijo abandona definitivamente el hogar y se queda en una residencia de estudiantes con 18 años es un trance durísimo.

El viaje de vuelta a casa desde Pamplona a Golmayo fue el más difícil de mi vida. No dejé de llorar en todo el recorrido.

Aunque antes de ese momento el chaval había recorrido media Europa, asistido a varios campamentos de verano y se había caracterizado por un carácter indómito y aventurero, observar cómo el joven Pedro se despedía desde la ventana de la residencia marcó un antes y un después para su madre.

No hay vuelta atrás, se ha dejado el nido y el pájaro empieza a volar solo.

Apenas hablé con mi marido, quien mantenía fija la mirada en la carretera, mal asfaltada y con peligrosas curvas una vez atravesado el Alto del Perdón. En esos 180 kilómetros se agolparon por mi mente centenares de retazos de las experiencias vividas en compañía de mi hijo.

Sorprendentemente, fueron las vivencias más insignificantes las que adquirieron más relevancia en su cabeza: un inofensivo bofetón de madre, una caricia, una mirada furtiva en una boda interminable, un beso antes de acostarse, una carcajada cualquier viernes de mediados de los 80 disfrutando del 1,2,3.

Sabía que mi hijo triunfaría en la vida, pero tenía pánico de que precisamente su gran preparación e inteligencia fuesen su perdición.

En Pamplona, Pedro observaba desde la ventana cómo sus padres se alejaban por la calle Iturrama camino del aparcamiento.

Tenía la sensación de que me habían dejado en una especie de campo de concentración. Yo lo había elegido, quizá llevado por mi tendencia al masoquismo. Me gustaba verme solo en una ciudad extraña, si bien las dudas acerca de mi capacidad para hacer amigos y para subsistir se acrecentaban.

Con 18 años, no conocía a gente de su edad. Su rincón de esparcimiento y ocio se había reducido hasta ese momento a pasear con sus padres por el centro de Golmayo, visitar a su familia en Soria capital y estudiar sin parar. En verano trabajó varios años como guía turístico del Monasterio de la Monjía. Cuando apenas levantaba un palmo del suelo ya hablaba varios idiomas. El hermano Ermilo, prior del monasterio, vio el potencial del chaval y aprovechó su destreza idiomática para que explicase a los turistas las peculiaridades de la iglesia románica del siglo XI y cómo los Condes de Castejón habían fortificado la estructura en el XVI.

Adoraba aprender, perderse entre enciclopedias y libros, escribir relatos cortos y novelas en los que dar rienda suelta a su imaginación e idear un Pedro valiente, lleno de garra y de furia, dispuesto a comerse el mundo, un Sancho II de Castilla poderoso que contemplaba a sus súbditos desde la Sierra de Cabrejas.

Escribir era una válvula de escape que reemplazaba al mejor terapeuta que pudiese existir. A veces incluso utilizaba la literatura para vengarse de quienes le insultaban o vapuleaban en el colegio. Como no se atrevía a plantar cara a los pendencieros, expresaba lo que sentía en obras de teatro en las que él se erigía como juez que destrozaba dialécticamente a sus compañeros de clase. Había escrito su primer cuento a los cinco años y lo tituló La casita de las fresas. Su profesora, Julita, le llevó de la mano por todo el colegio para que explicara a los mayores de quinto de EGB cómo a la reina Fresun le gustaban tanto las fresas que para que no se gastasen nunca había recubierto las paredes de su palacio de fresones enormes que se reproducían por arte de birlibirloque cada vez que se comía uno. Algo así como un ladrillo-fresa con vida propia.

Faltaban aún muchos años para trasladar esa locura sana que impregnaba sus relatos y su personalidad a su vida cotidiana. Siempre decía que la imaginación era su mejor aliado. “Si no me creo mis propias fantasías y doy por válidos mis espejismos difícilmente podré hacer creíbles mis historias”, solía asegurarme muy solemne. Yo, como madre, tenía claro que mi hijo sería un artista, como demostraría en varias ocasiones al participar activamente en las representaciones teatrales del 4 de diciembre en honor a Santa Bárbara.

Compartir:
Etiquetas:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *