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Capítulo 13: La fortaleza

Las dos motos llegaron a la ciudad cuando ya había anochecido. Intentando no ser vistos comenzaron a callejear por los rincones más oscuros. A lo lejos vieron algún que otro robot vigilante, pero con el cuidado que iban lograron esquivarlos sin ser detectados. Sin embargo, al acercarse al sector 3, donde se ubicaba todo el complejo fortificado al que se dirigían, sí observaron que varios drones patrullaban desde el aire a pocos metros de su posición.

—Mierda, os dije que este sector está muy vigilado —comentó Jato.

—Si entramos rápidamente lo mismo podemos escapar, tal vez una vez dentro nos ayuden los dispersos que viven en el recinto —dijo Emilio.

—O puede que, tal vez, los cazadores nos cojan para lograr el botín del mes… —añadió Sara.

—¿Entonces qué plan seguimos? —preguntó Jato.

—Lo más inteligente es que escondamos las motos lo mejor que podamos y sigamos a pie. Una vez en el interior contactaremos con algún Sanador antes de que seamos presas de los cazarrecompensas —contestó Sara.

Emilio pensó unos segundos y acabó aceptando la propuesta.

—Si tú estás dispuesta a separarte de Tyrion es que estás muy segura de lo que dices —argumentó el exfutbolista.

Escondieron las motos en un callejón y las cubrieron lo mejor que pudieron. Después, siguieron el camino a pie dejando atrás a los drones. Comenzaron a ver los muros de la fortificación aunque no observaron a nadie.

—¿Bueno, hacia dónde vamos?, ¿cuál es el plan para encontrar a alguien que nos ayude? —preguntó nervioso Jato.

—Creo que no hará falta plan… —contestó Emilio mirando a su espalda.

Un grupo de cinco personas avanzaba apuntándoles. Uno de ellos consultaba un aparato en sus manos. Parecía una cuadrilla comandada por un cazarrecompensas.

—¿Quiénes sois? —interpeló el líder.

—Solo estamos de paso —dijo Jato.

—Claro, como todos en los sectores… el caso es si os buscan o no… ¿estáis huyendo de la ley?

Uno de los secuaces se acercó a su jefe y señalando a Emilio anunció:

—Señor, hay una orden para ese tipo, es el terrorista de la torre de Madrid. Ella no aparece y el otro… existe una orden de hace ocho años contra él…

—Estaba claro, nadie entra así de sigiloso por la noche si no está perseguido… pues parece que nos ha tocado el premio gordo.

—Yo soy cazadora, son presas mías —manifestó Sara enseñando su aparato de órdenes para demostrar que era cierto lo que afirmaba.

—¿Por qué será que no te creo?… Ah, sí, porque no los llevas apresados y te escondes como ellos.

—Soy cazadora, hay un código entre nosotros.

—El código se rompe si el cazador también es un objetivo.

—Tú compañero te ha dicho que no hay nada contra mí.

—Sin embargo, está claro que es porque no has sido identificada, dame tu nombre o número de cazador y lo comprobaremos hablando con la policía.

Sara vio que era absurdo seguir defendiendo esa mentira.

—¿Podemos llegar a un acuerdo? —intervino Emilio.

—Sí, os entregáis sin dar por saco, no tendremos que haceros daño —afirmó tajante el que llevaba la voz cantante en la camarilla.

Emilio dio un paso adelante y volvió a dirigirse al jefe.

—Es importante que encontremos un grupo de Sanadores. Es por el bien común. Supongo que habréis visto que la televisión pirata ha dejado de emitir. Nosotros podemos restaurarla. Supongo que querréis seguir teniendo música, películas, fútbol…

—¿Qué tenéis que ver con los Sanadores?

Emilio pensó que podía haberse equivocado intentando que les ayudaran, e incluso, podía haber incrementado el interés en su captura. Sin embargo, ya no iba a dar marcha atrás.

—Somos Sanadores, pero venimos de Madrid y necesitamos contactar con algunos en estas tierras —aseguró Emilio.

—Vaya, qué sincero, ¿sabes que, aunque no hubiese una orden de persecución contra vosotros, solo eso bastaría para que os pueda entregar?

—Repito, es por el bien de todos.

El líder se acercó a Emilio lentamente sin dejar de apuntarles, el resto de su grupo iba tras él.

—Necesito vuestras armas…

Los tres las soltaron y las recogieron los secuaces del cazador. En ese momento apareció por un callejón otra figura, vestida de rojo y con una moto del mismo color. Se acercó al grupo de captores y sus presas.

—¿Son los fugitivos de Madrid? —preguntó el enigmático personaje.

—Lo son… y les hemos encontrado nosotros primero…

—Tranquilo jefe, hay un código entre nosotros… solo lamento mi mala suerte… es un buen botín… —dijo el cazador escarlata antes de retirarse.

—Bien, ahora seguidme tranquilamente —ordenó el líder a los tres rehenes.

Caminaron por las estrechas y antiguas calles hasta llegar a unas escaleras que se elevaban hasta la entrada de la fortificación. Todos subieron y continuaron avanzando hasta llegar a un gran patio interior dentro de los gruesos muros de unos cinco metros de alto y más de tres de ancho. La Alcazaba almeriense siempre fue una fortaleza amurallada que forma un recinto cerrado, así que si esa escalinata se protegía era muy difícil acceder al interior.

—Bien, ya habéis encontrado a los Sanadores. Me llamo Alex, me encargo de la gestión de esta plaza —aclaró el jerarca de la cuadrilla.

—¿Cómo? —dijo extrañado Emilio.

—Hay muchos cazadores en este sector, así que nos hacemos pasar por ellos para movernos con libertad. De hecho, yo tengo realmente licencia de cazador.

—¿Y no tenéis problemas con otros cazadores?

—De momento no los hemos tenido… supongo que lo estamos haciendo bien —comentó mientras les devolvían sus armas.

—¿Así que hemos tenido suerte en dar primero con vosotros?

—Podríamos decir que sí… más bien no la habéis tenido mala, últimamente hay muchos Sanadores que se están moviendo. No hace mucho todos estaban encerrados y solo se relacionaban por la red. Ahora empieza a haber de verdad una conciencia de grupo. Los últimos acontecimientos que han ido ocurriendo han servido para ello.

—¿Por el incidente de la torre de Madrid?

—Sí, lo que han llamado el incidente “terrorista” en Madrid, y también por la nueva pandemia quinquenal, las informaciones que han corrido por la red gracias al Anticuario como el exterminio de los topos… y la guinda, la desconexión de la televisión al anochecer… la gente parece haber despertado y estar realmente preparada para la Sanación.

—¿Así llamáis a la revolución?

—Efectivamente… y todo ha empezado gracias a ti, Emilio, cada noticia del gobierno intentando culparte ha servido para que muchos Sanadores te vean como un ejemplo a seguir.

—¿Y los bastianos no tienen idea de que aquí tenéis una fortaleza a vuestro cargo?

 —Piensan que solo hay cazadores… Es un enclave difícil de atacar incluso con drones, por lo que los invasores no se preocuparon por él y lo dejaron como parte del sector 3 para los dispersos. Con el tiempo lo tomamos nosotros, aunque todos creen que somos cazarrecompensas.

—¿No estáis demasiado encerrados aquí?

—No, tenemos huertos e incluso algún animal. Al principio nos costó mucho trabajo adecuar los aljibes para disponer de agua todo el año, pero una vez que lo solucionamos no necesitamos salir mucho de aquí.

—¿Tenéis animales? ¿No enloquecen ni mueren?

—Descubrimos que, si viven tras los muros, en zonas por debajo del nivel del mar, se comportan de manera normal y se reproducen de forma natural.

—Eso refuerza nuestra teoría… el silencio de la torre que beneficia a los invasores es lo que les hace daño a ellos.

—¿Silencio de la torre? —preguntó extrañado Alex.

—Creemos que la torre emite un sonido que nosotros no podemos escuchar, pero que afecta a los animales y es esencial para la vida de los extraterrestres. Nuestra idea es llegar a la gran torre que lo emite y destruirla.

—Una pregunta absurda, ¿tenéis algún tipo de nave voladora aquí? —preguntó expectante Jato.

—Sí —contestó lacónicamente el líder de los Sanadores.

—¿Es cierta la leyenda? —demandó entonces Sara.

—No… supongo que te refieres a que capturamos en la guerra una nave alienígena muy poderosa y de fácil manejo… Nunca han existido esas naves, la hubiéramos usado en todo este tiempo. Lo que tenemos guardado es un viejo helicóptero, que debe funcionar, pero lleva diez años parado. Supongo que el rumor se ha ido distorsionando con el tiempo. Eso sí, al menos tiene combustible.

—No es lo que esperábamos, pero tal vez pueda servirnos —señaló Emilio.

—Necesitamos conectarnos a la red, tenemos que buscar toda la información que podamos sobre la gran torre —comentó Jato.

Alex les condujo a una sala en la que había varios ordenadores.

—Todo tuyo.

Jato se sentó enseguida delante de un ordenador y empezó a teclear en él.

—Buscaré en la base de datos que tenemos en la nube, a ver qué encuentro sobre ella. Veamos… Torre nodriza fue llamada por un científico… la idea de que esta torre es necesaria para el funcionamiento de las demás, no es nuevo… sin embargo, nunca supieron en qué consistía su función… parece que en su interior se ubica un laboratorio donde se realizan todo tipo de experimentos… un trabajador de la torre que huyó y poco después saltó desde un acantilado, comunicó a la resistencia que en ella se protegía a un monstruo…

—¿Monstruo? —dijo extrañado Emilio.

—Bueno, recopilábamos todo tipo de información, no solo la contrastada… La localización exacta no se conoce. Los trabajadores de esa torre viven en un pueblo contiguo y apenas salen de allí. Puede que se encuentre en algún punto de Argelia o Líbia… Estos países fueron despoblados al instalarse los invasores, realmente se devastó casi todo el norte de África… parece ser que las ciudades habitadas más cercanas a la edificación están en Marruecos… o Egipto, según otras teorías… al destruir los satélites humanos, no hay ninguna fotografía de su ubicación. Otras informaciones dicen que podría estar en Níger, Chad o Mauritania… Lo que parece claro es que dejaron prácticamente sin habitantes todos los países colindantes con el desierto del Sáhara… donde a pocos metros hay una valla vigilada para evitar que nadie pueda pasar…

—Pero a ver, eso es enorme, ¿hay vallas para entrar al desierto desde una punta a otra, de Marruecos a Sudán? —preguntó incrédulo Emilio.

—Pues algo así debe ser.

—¿Y cómo demonios vamos a entrar allí? Veo más o menos factible llegar al norte de África con el helicóptero, si de verdad vuela y tiene suficiente combustible, pero desde ahí tenemos que atravesar un cerco policial para ir a buscar una torre que no sabemos dónde está en un área desértica de… no sé… ¿cinco millones de kilómetros cuadrados?

—Espera, se guardó una versión de wikipedia, lo miro… Más de 9400000 km² de superficie —afirmó Jato a los pocos segundos de consultar la información.

—Tiene que haber algún grupo de Sanadores por esa zona que pueda ayudarnos… —apuntó Sara.

—Bueno, hay Sanadores por todas partes, con alguien podremos contactar, sí… en Melilla, que ahora es un barrio disperso, hay una fuerte base de la resistencia… a lo mejor ellos saben llegar a la torre… pero, aunque logréis encontrarla, estará fuertemente custodiaba, ¿cómo pensáis entrar en ella? —apuntó Alex.

—Yo he trabajado mucho tiempo en una torre, alguna debilidad conozco para acceder a ella… además, los bastianos no trabajan en las torres, creo que estará bastante más desprotegida de lo que pensamos —aseguró Emilio.

—Eso espero, porque esa torre puede darnos la libertad a todos… —comenzó a decir Jato, cuando una fuerte explosión en el exterior le hizo callar.

—Joder —exclamó Sara.

—¿Cazadores? —preguntó Alex.

—No, señor… hay drones, son fuerzas invasoras… —apuntó uno de los Sanadores de la fortaleza.

—Mierda, deben habernos seguido… —lamentó Sara.

—No os preocupéis… estamos organizados para defendernos.

—Estamos poniendo en peligro vuestras vidas… —lamentó Emilio.

Varios drones intentaban atravesar los muros, pero al esquivar los disparos de los defensores, terminaban empotrados contra las grandes piedras de la fortificación. Los policías bastianos, apenas podían acercarse a la entrada, la dificultad física para llegar a ella facilitaba que los humanos que se atrincheraban fueran acabando con ellos.

—¿Y si optan por arrasar el lugar como hicieron con la base de emisión? —preguntó Jato.

—Debería provocar tal explosión para acabar con todo que destruirían la totalidad del sector y eso no les interesa —aclaró Alex.

El ataque se detuvo, al momento se oyó un pitido que anunciaba una locución a gran volumen.

—Hablan las fuerzas de seguridad. Este es un mensaje para los cazarrecompensas de la ciudad. Sabemos que tres fugitivos con un alto precio de retribución se han ocultado hace poco tiempo ahí. Si son entregados ahora, los cazadores serán recompensados con una cantidad todavía mayor a la ofertada. No queremos ningún enfrentamiento con los dispersos del sector. El jefe de policía Arnold espera a la entrada del mismo para la recogida de los fugitivos —comunicó la voz digitalizada.

—Podemos aguantar encerrados, pero no permitirán que nos movamos de aquí… y se añade otro problema, ahora muchos cazadores intentarán ir en vuestra búsqueda. No podemos enfrentarnos a todos —explicó Alex.

—Nosotros cogeremos el helicóptero y veremos hasta donde podemos llegar, cuando los cazadores vean que nos hemos ido os dejarán en paz, incluso os ayudarán contra los invasores si mantienen el cerco. Lo más probable es que al marcharnos de aquí, los bastianos nos persigan y a vosotros os dejen tranquilos —afirmó Emilio.

—No me gusta no poder ayudaros más, pero creo que será lo mejor… intentaremos contactar con adeptos en algún punto del norte de África. Como os decía antes, sé que hay gente organizada en Melilla. Intentad llegar allí.

—¿Cómo podemos comunicarnos?

—Es mejor que no llevéis nada que les pueda servir para localizaros, si contactamos con alguien, ellos darán con vosotros.

—Está bien… ¿y el helicóptero?

—Se encuentra en la parte trasera, en un patio… pero necesitaréis un piloto.

—¿Alguien sabe pilotarlo aquí?

—Hay un hombre que lleva diciendo diez años que él hizo un curso en su día…

—Bueno, en esta situación extrema, como esta, eso es un sí.

—Un curso de seis meses de los que solo completó tres… sin horas de vuelo suficientes… y hace casi doce años… nunca voló sin tener un instructor al lado, excepto el día que lo aterrizó donde ahora mismo se encuentra…

—Ealex, es lo único que tenemos… Llámalo, por favor, es nuestra única opción.

—Tan importante es llegar a la torre…

—Es la oportunidad de devolver la libertad a todo el planeta.

—Está bien, intentaré llevaros.

Emilio no supo qué decir cuando supo que era Alex quien se refería anteriormente a sí mismo. El improvisado piloto fue a hablar con un compañero al que dejó instrucciones y traspasó su cargo. También le pidió algo que fue a buscar a toda prisa. Después regresó junto a Emilio e hizo una señal para que Jato y Sara les siguieran.

—Esperad, ¿por qué no os quedáis aquí?, estaréis más seguros…  propuso Emilio.

—Necesitarás a alguien por donde vayas, es imposible que llegues a esa dichosa torre sin ayuda —señaló Jato.

—Además, si no nos ven irnos a todos, tal vez no levanten el cerco. Debemos proteger a la gente que hay aquí —matizó Sara.

—Eso es cierto… —afirmó Emilio.

—Debemos darnos prisa —dijo Alex.

Los cuatro se dirigieron al patio donde estaba el vehículo volador, Alex levantó una gran lona con ayuda de Emilio e hizo un gesto para que todos subieran al aparato. En ese momento llegó el compañero que había recibido el encargo de recoger algo y les entregó una maleta metálica. Jato la recogió y la metió dentro del helicóptero. Al instante Sara la abrió observando que contenía varias armas de fuego y granadas. A continuación, Alex se puso a los mandos del viejo aparato e hizo esfuerzos por recordar donde se encontraba cada interruptor y los controles necesarios para el vuelo. Tomo aire y se santiguó antes de ponerlo en marcha. Emilio, sentado a su lado, le miró sin decir nada pensando en que no les vendría nada mal un poco de ayuda, ya fuera humana o divina.

—¿Sigues creyendo? —preguntó Jato.

—Antes de la invasión no lo hacía, pero se ha demostrado con respecto a estos seres que la Iglesia católica tenía razón, ahora digamos que creo en todo aquello que los invasores persiguen y quieren destruir.

Las hélices comenzaron a girar haciendo un ruido estruendoso.

—Bueno, si tienes la práctica que dices tener, espero que los rezos nos ayuden —añadió Sara, aunque apenas pudieron oírla.

El helicóptero comenzó a elevarse, lo hacía de forma algo brusca debido a los nervios de Alex y a su inexperiencia, pero nunca pareció que peligraba el ascenso. En cuanto el vehículo comenzó a salir de los muros, varios drones lo envistieron.

Emilio usó su pistola contra ellos, acertando a uno que cayó desactivado. En los asientos traseros Sara y Jato repartían las armas que les habían facilitado. Alex se elevó lo suficiente y giró hacia la zona interior de la fortaleza en vez de buscar la salida hacia el mar.

—Esos bichos metálicos nos cortan el camino, hay que deshacerse de ellos. Todos comenzaron a dispararles haciendo caer algunos, pero estos respondían logrando dañar la carrocería del aparato.

—No tengo tanta soltura como para ir esquivándolos… tenéis que destruirlos antes de que vengan más… —pidió Alex.

En la parte inferior, los policías bastianos habían dejado de atacar la fortaleza para correr bajo el helicóptero. Uno de ellos portaba un arma de gran calibre. Emilio se fijó en ellos.

—Tenemos otro problema, si los que están abajo se acercan lo suficiente nos van a freír —indicó Emilio.

Alex intentaba alejarse de todos los peligros torpemente, pero esto hacía que se adentrara más en el sector en vez de buscar una vía de escape.

—Nos están encerrando, usad todo el arsenal que tengáis —suplicó Alex desesperado.

Sara cogió unas granadas que parecían estar allí guardadas desde la Segunda Guerra Mundial.

—Espero que funcionen —deseó la cazadora, mientras las lanzaba hacía sus perseguidores en la parte inferior.

Mientras Emilio y Jato disparaban a los drones que tenían enfrente, lo que era bastante complicado por el movimiento del helicóptero y los cinturones de seguridad que les impedían moverse con soltura. Esto hizo que Emilio se soltara para poder tener más libertad y así comenzar a incrementar el número de aciertos. Las explosiones de las granadas lograron parar el avance de los bastianos. El camino se empezaba a despejar gracias a la valentía y riesgo de Emilio que prácticamente tenía medio cuerpo fuera del helicóptero. Jato no se había soltado su cinturón, pero disparaba con una metralleta varias ráfagas que también eran muy efectivas.

—Bien, creo que es el momento idóneo para intentar salir de este infierno —gritó Sara.

Antes de que Alex se decidiera, uno de los vigilantes voladores consiguió llegar hasta el helicóptero y se chocó contra el cristal, rajándolo y tapando la visibilidad del piloto. Además, hizo que se moviera bruscamente provocando que Emilio cayera fuera del vehículo.

—¡Emiliooooo! —gritó Sara al verle caer.

—¡Mierda! —soltó Alex intentando controlar el aparato.

En el movimiento de vaivén, Emilio había quedado enganchado en el patín de aterrizaje.

—No ha caído, lo tenemos colgando del helicóptero, hay que bajar…  —aseguró Jato.

Los bastianos terrestres volvían a acercarse y los últimos drones se aproximaban hacia la cabina de mando. Jato volvió a disparar su arma acabando con ellos, con lo que impedía que volvieran a chocar por segunda vez. Emilio seguía aguantando sin caer.

—Es el momento de irnos, no de retroceder… —dijo Alex.

—Vas a matar a Emilio, está a punto de soltarse… —explicó Sara muy afectada.

—Tengo una idea.

El esforzado piloto dirigió la nave hacia una zona escondida entre las murallas.

—En este tiempo hemos logrado aprovechar los antiguos aljibes árabes. Son depósitos que tienen siglos y están bajo tierra, se crearon para almacenar el agua de la lluvia de manera natural. En esta zona hay un pequeño embalse en el exterior que se comunica con ellos… solo espero que consiga caer dentro y no sobre los muros…

Jato y Sara miraron hacia abajo y vieron lo que parecía una pequeña piscina entre las rocas. Se miraron entre ellos y no supieron qué decir. Alex redujo un poco la altitud e intentó estabilizar el aparato todo lo que pudo.

—Indicadle que salte o moriremos todos

Sara vio como Emilio se soltaba con la intención de caer en la pileta de agua.

—No hace falta, lo ha comprendido enseguida… o no ha podido aguantar más —dijo resignada Sara con los ojos brillantes, a punto de soltar unas lágrimas.

Jato se santiguó mientras los interminables segundos de caída les mantenían a todos en tensión. Su compañero cayó al agua con gran impetuosidad, pero sin más daño que el del duro chapuzón. Todos respiraron al ver que la cabeza de su amigo volvía a emerger del agua. A Emilio le quedaron fuerzas para hacerles señas indicando que se fueran de allí.

Otro vigilante volador de las fuerzas de seguridad chocó contra el lateral del helicóptero.

—Tenemos que alzar el vuelo —concluyó Alex mientras aceleraba en dirección a la costa.

Jato terminó con los dos últimos aparatos voladores que les cortaban el paso. En pocos segundos habían dejado atrás los muros de la fortificación y alejado de sus perseguidores.

—En breve estaremos sobrevolando sobre el mar en dirección a Melilla, según los indicadores tenemos suficiente combustible para llegar… tardaremos alrededor de una hora —explicó Alex.

—¿No nos siguen? —preguntó Jato.

—No era una unidad preparada para atacar la fortaleza, solo eran unos pocos refuerzos improvisados que ha conseguido reunir ese policía que nos perseguía —aclaró Sara.

—Mandarán más unidades…

—Seguro que sí, pero con la defensa de la fortificación y nuestra huida por aire, tardarán un rato en recuperarse, reunirse y decidir hacia donde van.

—¿Crees que habrán visto caer a Emilio?

—No lo sé… si no es así, podrá esconderse en la fortaleza, pero si lo han hecho, no abrirán el cerco y, además, los cazadores intentarán conseguir lo que dan por su recompensa.

—Él conocía cómo funcionan esas torres. ¿Nosotros, aunque consigamos encontrarla, cómo vamos a poder infiltrarnos en ella?

—No lo sé, Jato, no lo sé.

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