
Foto de Omar Rosell
A primera hora de la tarde bien instalados dentro del búnker, Emilio preparaba algo de comer, Jato trasteaba con un ordenador y Sara limpiaba y ponía a punto las armas que habían podido recoger. Hacía una hora que el dron había bombardeado la zona destruyendo la base, los hologramas, la furgoneta y los coches de policía. Sin salir aún del refugio, sabían que solo encontrarían escombros de los restos de un edificio destruido. La única buena noticia fue presentir que, tal vez, les dieran por muertos a todos.
—Yo te conozco, tú eres el “diablo de Tasmania” —comentó Jato a Emilio.
—Vaya, el chavalín tiene buena memoria.
—Yo trabajaba como becario en un programa de información deportiva que emitían a medianoche. Me gustaba el fútbol y estaba al tanto de las noticias. No te vi jugar, pero sí vi imágenes tuyas grabadas: aquel golazo de volea al Barça y el gol de la selección sub-21… y, por supuesto, estaba al tanto de tu nueva carrera como entrenador. Eras un “puto crack”.
—Gracias… por… ¿el cumplido?
Sara se rio con la pregunta de Emilio. Jato siguió hablando del antiguo futbolista resumiendo su historia desconocida para ella. Él, un poco avergonzado por ser el centro de atención, le cortó en cuanto tuvo oportunidad.
—Y en ese programa aprendiste a manejar cámaras y equipos de edición, supongo.
—Eso es, y a desenvolverme con las redes sociales… aunque ahora todo sea muy diferente.
—Y tanto…
Jato prosiguió su charla contando su propia historia y completó el resumen de su vida con el fallecimiento en la guerra de toda su familia. Mientras conversaba, Emilio había terminado de preparar un pequeño tentempié con las pocas viandas que había en el fortín. Ofreció a sus compañeros una especie de bocadillos rellenos de algo pastoso y salado.
—Es lo que había… —intentó disculparse por la poca cantidad y extraña apariencia de la comida.
—¿Y cuál es tu historia, Sara? —curioseó Jato.
—No hay mucho que contar… yo era ejecutiva en una empresa de marketing antes de la invasión, en la guerra perdí a mi ex y a mi nueva pareja, así que combatí como pude a los invasores hasta que nos superaron. Después pasé mucho tiempo en prisión recuperándome de mis heridas. Todavía no sé muy bien por qué no me ejecutaron, nunca quise ser esclava ni adaptada. Cuando vi que podía ganarme la vida como cazarrecompensas, así lo hice, aunque nunca he capturado serviles ni he entregado a humanos inocentes.
—¿Y a bastianos perseguidos por sus propios congéneres? —preguntó Emilio.
—Tampoco, nunca he encontrado a alguno, dudaba que existieran, aunque había gente que hablaba de ellos. Pero supongo que sí lo hubiera hecho… odiaba a todos por igual.
—Pues los hay buenos, pero es cierto que son pocos y si los cogen… los ejecutan —explicó Jato.
Terminaron de comer y el joven técnico siguió tecleando en el ordenador, descubriendo lo que ya se imaginaba anteriormente.
—Mierda, no hay línea… la explosión debe haber quemado los cables de cobre… estamos incomunicados.
—Joder, ¿y qué hacemos? ¿Cuál es el plan ahora? —preguntó Sara.
—Supongo que escondernos y contactar con Sanadores en la ciudad. Vayamos a otro sector y a ver si conseguimos red de algún disperso para difundir lo que ha ocurrido.
—Eso si algún alien gato o un cazador no da con nosotros antes —señaló Sara.
—Bueno, tenemos que intentarlo —manifestó Emilio.
—Se ha perdido todo, ¿verdad?, películas, series, música… —dijo Sara.
—En realidad no, todo eso está en servidores bajo tierra, solo tendremos que construir otra base y acceder al contenido de nuevo. El problema es dónde, debería ser un lugar secreto que no descubran.
—Estos cabrones tienen ojos en todos lados —aseguró Emilio.
—¿Cómo se dieron cuenta ellos de que había un holograma ocultando el edificio? —preguntó Sara.
—Sabiendo la localización exacta del lugar debieron apercibirse enseguida. Una vez entrevistamos a un médico y nos contó que, por lo que había podido indagar, ellos reciben las imágenes de manera diferente a nosotros… es como si vieran más fotogramas por explicarlo de manera sencilla, su sentido de la vista está algo más desarrollado y ven parpadear los hologramas —formuló Jato.
—Siempre me han parecido superiores, mejor oído y vista, más rápidos y más fuertes… —expuso Emilio.
—Pero, con un punto débil, ¿no? El Anticuario nos comunicó tu llegada y nos habló del silencio.
—Sí, hay algo que nos daría ventaja, pero no sé exactamente qué es. Él decía que tal vez podamos evitar que vengan más seres, pero tiene que ser algo muy importante. Vosotros habéis entrevistado a mucha gente de todo el mundo, a personas con conocimientos sobre su especie. ¿No tenéis alguna teoría?
—Ayer hablábamos sobre las torres, es raro que en ellas trabajen solo humanos y que además la mitad de los trabajos no estén automatizados. Entiendo que los sanadores investigaran allí, hay algo extraño.
—No entran en determinadas zonas de las torres ni tampoco bajo tierra. ¿Qué habrá ahí abajo que no haya afuera?, ¿algo en el aire? —preguntó Sara.
—No, ellos tampoco pueden estar en lugares bajo tierra que estén bien ventilados, el metro, por ejemplo, tiene un buen sistema de aire —contestó Jato.
—El sonido es lo único que no entra en condiciones. Hace un momento han volado medio desierto y aquí apenas se ha oído —apuntó Emilio.
A Jato se le iluminó la cara a la vez que se le aceleraba el pulso.
—Un momento… ¿y si es eso?
—¿Que no soporten el silencio? Es absurdo, pueden estar en lugares silenciosos si es en la superficie…
—No… verás, el Anticuario también nos comentó que le dijiste algo de una crisis en el 28… busqué en la base de datos, no había registrado nada importante en ese año. Busqué todas las noticias y entrevistas que hicimos en aquel momento. Destacaron dos, una de ellas acerca de una avería en la gran torre que se subsanó sin problemas a las pocas horas. Desde entonces se comenzó a introducir más personal en ella. La segunda fue que sucedieron numerosos episodios de jaquecas en los bastianos, un caso del que apenas se tuvo en consideración porque no afectó a los humanos, pero al examinar de nuevo los hechos me di cuenta de que jamás se relacionaron ambos sucesos. Tal vez sí tuvieran que ver.
—¿Quieres decir que la crisis del 28 consistió en unas jaquecas que afectaron a unos cuantos bastianos?
—Sí, no le dimos mucha importancia, de ahí que nadie se acuerda, aunque para ellos debió significar un periodo de gran crisis que no quisieron propagar.
—Bien y eso se relaciona con el silencio por…
—¡Sí, joder, está claro, es eso! —insistía Jato.
—¿El qué? —preguntó Sara.
—No es que no soporten el silencio, al contrario, es que necesitan el silencio de la torre.
—¡¿Cómo?! —exclamó Emilio.
—El Anticuario nos contó que vosotros reponéis la fuente de energía, eso es algo que ellos tenían superado, nos enseñaron que era prescindible y que se podía transmitir la electricidad a través del aire. Sin embargo, eso implicaba que la tensión pudiera variar ligeramente. Normalmente, no te das cuenta a menos que necesites una corriente de la misma intensidad siempre. ¿Y si lo que hacen las torres es emitir un sonido? Será un sonido que debe estar siempre a la misma frecuencia, a un volumen determinado y con la misma intensidad. Cualquier alteración en la corriente eléctrica lo alteraría en algún instante. Y esos indicadores que tocáis lo que hacen es que esa resonancia siga emitiéndose siempre uniforme. No sé qué puede cambiar, si solo es la electricidad o algo más, pero por eso tienen que hacerlo humanos y no pueden automatizarlo, tiene que haber algo que varía y que no pueden controlar.
—Y ese ruido no llega a las zonas subterráneas… y en la torre puede ser demasiado fuerte… —añadió pensativo Emilio.
—¿Realmente necesitan oír el sonido para estar aquí? —preguntó de nuevo Sara.
—Efectivamente, es un son profundo, un silbido que nosotros no escuchamos, pero que es imprescindible para ellos. Lo retumba todo, rechina por todas partes, pero nosotros no lo podemos percibir. Lo que ese retumbo supone la vida para ellos, para nosotros solo es silencio —expresó Jato.
—El silencio de la torre… —concluyó Emilio.
—Aquel fallo del año 28 produjo una alteración en el sonido que les hizo tener complicaciones de salud hasta que se solucionó, y por eso empezaron a controlarlo con más gente —explicó Jato.
—Es vital para ellos —añadió Sara.
—Todo cuadra, cuando se instalaron al poco de su llegada, hace diez años, necesitaban una escafandra y no era de oxígeno u otro gas a lo que iba conectada, sino a una mochila bastante aparatosa que debía emitir ese sonsonete de manera individual —continuó Jato.
—Y solo se desprendieron de ella cuando construyeron la torre cercana a cada campamento —apuntó Sara.

Foto de Martin Adams
—Pero tenían que residir cerca de la atalaya, juntos y casi no se relacionaban con la gente de alrededor… eso ocurría en cada sitio donde se instalaban. Precisaban permanecer al lado de la torre, sin embargo, cuando construyeron la gigante, los invasores pudieron expandirse. Creo que el sonido que emiten las torres pequeñas es insuficiente, pero estas, junto con la grande se convierten en repetidores que aumentan y propalan… el silencio que produce la gran torre —argumentó Jato.
—Eso explicaría lo de los animales, que se vuelvan locos o directamente se mueran. Hay muchas especies que pueden escuchar ese runrún y les afectará de una manera u otra —aclaró Sara.
—Si así fuera, si estuvieras en lo cierto, destruyendo la gran torre, todos empezarían a morir y solo sobrevivirían los que se acercaran a cada pequeña torre —alegó Emilio.
—Eso es, todo encaja… ¡estamos a punto de salvar a la humanidad! —concluyó Jato.
—Bueno… ¿y quién le pone el cascabel al gato? —preguntó Sara.
—¿Cómo? —respondió perplejo Jato.
—Sabemos lo que hay que hacer, pero ¿cómo lo logramos? Desconocemos dónde está. Sé cómo podríamos intentar acceder a ella, siempre que esa gran torre cuente con los mismos accesos que las pequeñas, pero ni siquiera sabemos cómo llegar a ella —aclaró Emilio.
—Ah… Está claro que lo primero es dar con el torreón, después necesitaremos explosivos… se me ocurre algo que podría ayudarnos… —formuló algo dubitativo Jato.
—¡Suéltalo! —gritó Sara.
—Circula oralmente una especie de leyenda por el nivel 2 de la red… por lo que se cuenta, durante la lucha de esta ciudad contra los invasores, los humanos consiguieron hacerse con una nave extraterrestre dotada de todo tipo de tecnología. Al parecer se escondió en La Alcazaba, donde quedó oculta cuando la guerra terminó —relató Jato.
—¿Alcazaba? —preguntó Emilio.
—¿No recuperaron la nave? —cuestionó Sara casi al mismo tiempo.
—Una Alcazaba es un recinto fortificado cuyo objetivo es defender el recinto y alrededores de los posibles asaltantes. Esta fortificación en Almería fue construida a finales del siglo X por los árabes que entonces ocupaban el sur de España. Es un lugar de difícil acometida y salteamiento incluso con drones, así que los extraterrestres permitieron que permaneciera fuera de la ciudad para uso de los dispersos, sin preocuparse de recuperar la nave que, con seguridad, les hubiera costado mucho esfuerzo. Pertenece al sector 3 y estará llena de cazadores, además, el acceso a ese sector está muy vigilado por las fuerzas policiales —refirió Jato.
—Por lo que dices es bastante inaccesible… no me extraña que nadie lo haya intentado —comentó Sara.
—¿Y por qué no hemos visto más de esas naves tras la guerra? —preguntó Emilio.
—Tenían pocas y se destruyeron entre combate y combate, claro, también puede que solo sea una leyenda. Aun así, no hay muchas más opciones, teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos. Si existiera esa nave podríamos plantearnos ponerle el cascabel al gato y si logramos conectarnos a la red, podríamos difundir lo ocurrido aquí. Todos tienen que saber que aunque no haya televisión la resistencia sigue viva —declaró Jato.
—Bien, ¡pongámonos en marcha! —exclamó Emilio.
Una vez fuera del búnker ya empezaba a anochecer, los tres resistentes pudieron observar los restos del edificio destruido, como los vehículos que quedaron abandonados. No había fuego, pero sí bastante humo, además se podían vislumbrar los residuos dejados por toda la escasa vegetación del lugar abrasada por las llamas. Sara entregó un arma a cada uno, eran simples pistolas sin apenas munición que pertenecieron al grupo de seguridad fallecido, Poco armamento, pero al menos era algo, también tenía el cuchillo del Anticuario que ofreció a Emilio.
—Quédatelo tú, sabrás usarlo mejor que yo.
Ella lo guardó en su bota y, a continuación, montó en Tyrion. Él subió tras ella. Jato lo hizo en la pequeña moto blanca estacionada en el refugio y después dijo unas últimas palabras antes de arrancar.
—Salgamos del desierto por el lado opuesto de donde entrasteis, podrían volver a buscarnos o para asegurarse de que estamos muertos, será más sencillo no ser detectados por ahí.
Sara y Emilio asintieron.
—¡Entonces rumbo a la fortaleza!
Cada capítulo más y más adictiva.
Entonces «un puto crack» ¿es o no un cumplido?