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Capítulo 14: División

Foto de Ivan Bandura

La tormenta era fortísima. Pocas veces Alonso, el capitán del barco pesquero “Viriato”, se había enfrentado a una situación como esa. Sabía que no debía de haber salido esa noche a la mar, los pronósticos meteorológicos eran muy adversos y todo buen marino conoce que navegar en esas condiciones con una embarcación tan pequeña es como tensar demasiado una lámina de pino que acaba por romperse. No había tenido más remedio, la única forma de socorrer a sus amigos era cruzar el estrecho y alejarles de Almería, lejos de las fuerzas de la ley invasoras que les perseguían.

Las olas, tremendamente enfurecidas por el temporal, golpeaban la nave con gran violencia sin ninguna compasión, pero la costa africana, done había dejado a sus queridas amistades, ya estaba lo bastante lejos como para regresar. Sin embargo, según sus cálculos, ya tenía que estar en aguas españolas cerca de tierra firme, aunque en esas condiciones era difícil saber si no se había desviado o si había avanzado menos de lo calculado. A pesar de las dudas, confiaba en que, si conseguía aguantar un poco más, tal vez podría alcanzar la orilla en pocos minutos. No lo logró, “Viriato” claudicó ante las fuerzas de la naturaleza y Alonso quedó a merced del agua embravecida.

La suerte le acompañó cuando, arrastrado por la corriente, llegó con vida a un islote donde pudo refugiarse el resto de la noche. A la mañana siguiente descubrió que aquel lugar deshabitado era la isla de Alborán, situada a medio trayecto entre África y España, así constató que la noche anterior había estado muy lejos de su objetivo. Este lugar había servido como base de investigación marina, pero se despobló cuando llegaron los sanguinarios alienígenas a nuestro planeta.

El capitán sobrevivió varias semanas en soledad, hasta que pudo habilitar una vieja embarcación y usarla para proseguir su viaje hacia la costa almeriense y regresar a su hogar. Al llegar, comprobó que el lugar había sido abandonado por los extraterrestres, los cuales habían habilitado nuevas zonas para producir algas, abandonando todo tipo de pesca y, por consiguiente, quedando el puerto desierto. Los invasores desmantelaron casi por completo la zona y dieron por muerto a Alonso.

Este, lejos de sentirse desamparado, se adueñó del lugar quedándose a vivir allí, dedicándose a pescar para su propio consumo y presintiendo que los odiados seres espaciales no iban a volver.

Emilio salió del pequeño embalse y observó un dron que volaba por encima de él. Era un modelo de vigilancia, por lo que no efectuó disparos, aunque sí procuro y pudo grabarlo. El exfutbolista dedujo que enseguida llegarían las fuerzas de seguridad. Pensó en sus opciones; la más segura era quedarse tras los muros y esconderse para ayudar a proteger la sede de los Sanadores, y la más arriesgada, consistía en salir del complejo fortificado y alejarse de allí para salvaguardar la base.

—Ven con nosotros —dijo una voz femenina desde detrás de unas columnas.

—Es mejor que me vean salir, si no es así, estaréis todos en peligro —contestó Emilio a la Sanadora.

—Pero ahí fuera no sobrevivirás… Alex querría que te protegiéramos.

Un disparo le rozó un brazo y otro silbó junto a la oreja. Un cazarrecompensas vestido de rojo había escalado sobre uno de los muros y estaba intentando acertarle. Emilio se escondió tras las columnas donde estaba la Sanadora que, a su vez, contraatacó contra el cazador carmín.

—Os estoy poniendo en peligro a todos. ¿Cómo puedo salir de la fortificación sin exponerme demasiado? —preguntó Emilio.

—Lo mejor es que vengas con nosotros, podremos defendernos en condiciones.

—Si me voy no solo os protegeré a vosotros, sino a todos los habitantes del sector, y si consigo llegar a la moto con la que vinimos tal vez pueda huir. Si logro llegar a la costa podré intentar cruzar el mar hasta el norte de África y reencontrarme con mis compañeros… los bastianos no usan embarcaciones, alguna encontraré, aunque sea antigua.

La Sanadora se quedó pensativa unos segundos antes de decidirse a proponerle una salida.

—Hay un túnel subterráneo en ese mismo embalse al que has caído que te llevará hacia el centro del barrio. El túnel es bastante largo, tendrás que tener un buen aguante bajo el agua.

—Tengo buenos pulmones, yo antes era deportista.

—Eso espero. Una vez dentro del embalse busca un agujero en la pared. Los pasillos que encontrarás te conducen hacia el centro del complejo fortificado.

—Bien, me podrás cubrir contra ese cazador.

—Sí, no te preocupes, ¿estás seguro de querer hacerlo?

—Lo estoy, debo intentarlo.

—Suerte amigo.

La Sanadora comenzó a disparar y Emilio corrió de nuevo hacia la piscina. Cuando el cazador se dio cuenta de ello, su presa ya estaba saltando al agua y apenas pudo efectuar un disparo que ni siquiera se acercó.

Bajo el agua, Emilio vio varios caminos amplios, y casi pegado al suelo, un agujero en la pared lo bastante ancho para entrar, aunque no para moverse con soltura. No lo pensó dos veces y penetró en él buceando. Nadaba con dificultad por las heridas y golpes recibidos, lo que le hacía avanzar más despacio de lo que había imaginado en un principio. Sabía que el camino no era corto y empezaba a dudar de que sus pulmones resistieran el esfuerzo. Apenas veía nada, así que en un acto de fe braceaba lo más rápido que podía en línea recta. Empezaba a sentir la falta de aire y por un instante pensó que ese pasillo inundado sería su tumba. Ya no había posibilidad de darse la vuelta, pero fue entonces cuando vislumbró un destello un poco más adelante. Eso le impulsó para no rendirse, continuó y, unos metros después, pudo ver como el túnel ascendía hacia lo alto, por donde entraba la tenue luz lunar. Subió haciendo un último esfuerzo y asomó la cabeza al exterior a punto de perder el conocimiento.

Necesitó varios minutos para recuperarse y poder salir del pozo. Fue un tiempo valioso perdido ya que se escuchaban voces acercándose. Sin recuperar totalmente el aliento, comenzó a caminar lentamente hacia la primera callejuela de la que se percató. Apoyado en la pared, y ya volviendo a pensar con claridad tras el esfuerzo realizado, pudo advertir que no se había alejado tanto de la fortaleza. De hecho, las motos que habían escondido al llegar estaban relativamente cerca. Comenzó a moverse todo lo rápido que pudo mientras las voces de sus perseguidores se oían cada vez más cercanas.

No tardó mucho en dar con Tyrion, se montó sobre ella y accionó el botón de arranque, un piloto rojo se encendió al intentarlo.

—Vamos Tyrion, dile a mamá que soy yo —suplicó Emilio al vehículo como si realmente este pudiera oírle.

A cientos de metros de allí, volando en dirección a Melilla, Sara observó como su localizador se iluminaba.

—Alguien intenta arrancar a Tyrion.

—¿Crees que es…? —comenzó a preguntar Jato.

—¡Tiene que serlo! —le cortó ella, mientras pulsaba el botón del dispositivo de seguridad.

El piloto de Tyrion se volvió verde.

—Gracias, gracias, te trataré bien, lo prometo —seguía insistiendo Emilio en hablar con la máquina.

—Entonces logrará reunirse con nosotros —afirmó Jato.

—Supongo que intentará conseguir alguna embarcación si consigue escapar del sector —concluyó Sara.

—Tengamos fe —añadió Alex.

Emilio salió a toda velocidad de las calles del sector. Las fuerzas de seguridad estaban desperdigadas y confundidas. Arnold pedía refuerzos con su “allable”, pero tampoco sabía muy bien ni quien había escapado ni si era buena idea perseguir al viejo helicóptero o no. El caos generado por la guerra entre cazadores, Sanadores y policías ayudó a que Emilio pudiera escapar sin ser detenido.

—Señor, parece que dos terroristas iban en ese viejo trasto volador —informó un bastiano policía a Arnold.

—¿Solo dos? —se interesó su jefe.

—Sí, y además no pueden llegar muy lejos, es un aparato antiguo de combustible fósil. Una hora de vuelo y caerán.

—¿Y el tercero?

—Nos han comunicado ahora mismo que ha cogido la moto negra… debe ser la cazadora.

—Todas las fuerzas que hay aquí que persigan al vehículo terrestre. Yo esperaré a los refuerzos aéreos para ir tras el viejo cacharro contaminante.

—Bien señor.

Mientras el jefe bastiano consultaba su “allable” vio pasar a un cazador vestido de rojo en una enorme moto del mismo color.

A los pocos minutos el ataque a La Alcazaba se había detenido y las fuerzas policiales abandonaban el sector. Solo Arnold esperaba a la entrada.

Emilio hacía tiempo que no conducía una moto de gran cilindrada, pero prefería arriesgarse a una caída que ser apresado por sus perseguidores, así que iba todo lo rápido que podía.

No era suficiente. El cazador bermellón tenía mucha más práctica y cogía las curvas con bastante más soltura por lo que le iba recortando distancia rápidamente. En poco tiempo Red Hunter (como se podía leer en la matrícula de su moto) tenía a tiro a su presa y efectuó varios disparos. Algunos rebotaron en la carrocería protectora del vehículo y otros pasaron silbando a su lado. Emilio pensó que acabaría siendo alcanzado, así que frenó y derrapó para girar su moto. Se agachó todo lo que pudo pegado a la moto confiando en que la pantalla delantera de protección aguantara los proyectiles y le cubriera lo suficiente. Después avanzó en dirección a su perseguidor. Red siguió disparando, pero cuando vio que su oponente estaba decidido a impactar contra él, giró para evitarlo, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Emilio volvió a derrapar y avanzó hacia él sin saber muy bien cuál sería su siguiente acción.

El cazador rojo, magullado, intentaba levantarse torpemente mientras la moto negra se acercaba, sin embargo, no había perdido su arma y en el momento en que estaba junto a él, disparó de nuevo varias veces. Las primeras balas rozaron los flancos de Tyrion, pero una impactó en el pecho de Emilio que no esperaba que su oponente tuviese todavía la pistola en la mano. Sintió un fuerte dolor y, aunque la herida era de mucha gravedad, no le provocó la muerte inmediata. Emilio, doloroso y muy herido, aceleró y atropelló violentamente a Red antes de que este pudiese descargar su arma de nuevo. El encontronazo hizo dar en tierra a los dos, y ahora el cazador sí perdió su pistola que cayó violentamente contra el suelo y se escurrió cerca de Emilio, quien, sangrando abundantemente, se arrastró para recogerla mientras el cazador rojo se levantaba dolorido sacando una segunda arma de su chaqueta. A duras penas, el exfutbolista consiguió coger del suelo la primera pistola y tiroteó al arrebolado cazarrecompensas antes de que este pudiese atacarle a él. Red Hunter se desplomó muerto.

Emilio respiraba con dificultad, la bala le había atravesado un pulmón y no le quedaba mucho tiempo de vida. Pudo ver como Tyrion, tras deslizarse por el asfalto por la inercia, caía fuera de la carretera por un terraplén. Arrastrándose, llegó al borde de la carretera y observó un pequeño puerto abandonado con alguna embarcación amarrada en el muelle. Por un momento pensó que lo habría conseguido si no fuera por su débil estado de salud. Cerró los ojos mientras oía llegar una flota de drones de guerra y helicópteros en dirección a la fortaleza de la que había escapado. Cayó rodando colina abajo cerca de donde lo había hecho Tyrion. La flota extraterrestre pasó por encima de la escena a gran velocidad para reunirse con Arnold.

En unos minutos el jefe de policía tenía su ejército preparado para perseguir al viejo helicóptero huido. Se montó en un moderno vehículo volador eléctrico y se dirigió mar adentro seguido por decenas de drones bien armados.

Sara y sus dos compañeros llegaban a la costa africana sin saber si allí les esperaban más fuerzas alienígenas, pero era un riesgo que debían correr. Sin embargo, dejó de preocuparles cuando comenzaron a ser atacados de nuevo por los robots voladores comandados por Arnold. Su vehículo no solo era eléctrico y autorrecargable, sino que era bastante más rápido que el viejo helicóptero de Alex. Apenas tenían ya con qué defenderse así que este improvisó un arriesgado plan.

—Van a volar el helicóptero, en pocos segundos estarán a nuestro lado y nos harán caer. Voy a bajar de altitud y saltaremos al agua. Dejaré volando el aparato hacia la costa y espero que la oscuridad de la noche nos cubra.

—Alex, ¿quieres que sigan al viejo trasto y nosotros lleguemos a tierra a nado?, ¿estás loco? —preguntó Jato.

—¿Tienes otra opción? —contestó el piloto.

El silencio de Jato fue sepulcral. El antiguo vehículo militar estaba ya descendiendo.

—¿Cómo vas a mantener el aparato en vuelo? —preguntó ahora Sara.

—Tiene un sistema de pilotaje automático, espero que valga para alejar a esos cabrones de nosotros —respondió Alex.

—Tal vez esto ayude —comentó Sara cogiendo una bengala de la misma caja donde antes había granadas.

Cuando Alex hizo una señal, ella disparó el pequeño cohete luminiscente en dirección a sus perseguidores sabiendo que no les haría ningún daño, pero logrando cegarlos durante unos valiosos segundos. Rápidamente Alex terminó de alcanzar la altura deseada y saltaron al agua tras accionar el piloto automático. Instantes después el helicóptero estaba cogiendo altura dirigiéndose hacia la zona más iluminada de la costa. Entre tanto, ellos tres nadaban en la oscuridad de la noche.

—Ya no tienen armas jefe, si intentan atacarnos con una bengala es que no pueden defenderse —comunicó uno de los acompañantes de Arnold.

—No quiero sorpresas derribad ese cacharro lo antes posible y que los drones busquen los cuerpos —contestó Arnold.

Las fuerzas policiales bastianas que fueron por carretera persiguiendo a Tyrion, encontraron el cadáver del cazador carmín junto a su vehículo del mismo color. Miraron alrededor sin encontrar rastro de la moto negra, ni de su conductor, así que siguieron el camino por la autopista pensando que había escapado tras deshacerse de su perseguidor.

Emilio despertó en un pequeño edificio del puerto, tumbado en una cama, todavía con vida gracias a que un viejo capitán de barco le había llevado hasta allí. El anciano tenía aspecto de haber salido de un antiguo libro de aventuras; con jersey de punto, espesa barba blanca y un largo pelo canoso recogido en una deficiente coleta. Emilio apenas pudo preguntarle quien era.

—No intentes hablar, enseguida podrás hacerlo —dijo el marino mientras acercaba un extraño aparato metálico hacia la cama donde le había depositado.

Él ya había visto un artilugio parecido en la enfermería de la torre donde trabajaba en Madrid. Era una de esas máquinas de tecnología extraterrestre que curaban heridas casi milagrosamente. Sabía que se podían arreglar huesos quebrados en pocos minutos y cerrar cortes en segundos, pero desconocía si podía curar las heridas de bala que han atravesado un órgano vital. Tampoco podía pensar con mucha claridad, así que se concentró en no dormirse y confió en su salvador, al que ni siquiera recordaba haber visto recogerle en el terraplén.

Alex fue el primero en alcanzar la orilla, después llegó Sara y, por último, un exhausto Jato. Habían llegado a un litoral desierto, solo les iluminaba la luz de la luna. Ya no podían ver los restos de su helicóptero, pero todavía podían oler el fuerte olor a quemado mezclado con el de la gasolina. También oían el vuelo de los drones en la lejanía, pero ninguno parecía haberles detectado.

—Quedémonos escondidos unos instantes entre las rocas, veremos si nos buscan o nos dan por muertos —apresuró a decirles Sara a sus dos compañeros.

Ellos no contestaron y la siguieron hacia las peñas sin protestar.

Emilio se iba desperezando tras la intervención efectuada por la máquina extraterrestre. Fijó la vista en el anciano salvador siendo consciente de que seguía con vida y todo lo vivido no había sido un sueño.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó el viejo marino.

—Vivo, algo que me extraña.

—¿Te duele?

—Estoy muy cansado, sin fuerzas, pero no siento dolor… y respiro bien…

—Por lo que sé, eso es lo normal. Nunca había usado este trasto para una bala.

—¿Quién eres?

—Me llamo Alonso, yo trabajaba aquí cuando llegaron los seres espaciales. Poco a poco fueron desmantelando el puerto según fueron dejando de pescar, hasta que llegó un momento en el que no había nadie designado a este sitio, sin embargo, nunca desmontaron la clínica que construyeron al inicio.

—Yo me llamo…

—Lo sé, tengo suficientes años como para recordarte cruzando el área del Bernabéu… aquel golazo que metiste en la final de copa de volea en uno de tus primeros partidos dio la vuelta al mundo, además, si has seguido las noticias de los Sanadores en los últimos días, se puede decir que eres bastante famoso.

—Aquel gol fue suerte, fue a la escuadra como podía haber ido a la grada.

—El golpeo fue magnífico, yo creo que podrías volver a repetirlo incluso hoy en día… el talento no se pierde.

Emilio sonrió.

—Agradezco el cumplido. ¿Eres un Sanador?

—Todos somos Sanadores, solo que algunos no lo saben… —soltó una exagerada risa antes de continuar— pero gracias a ti cada vez más gente se está dando cuenta.

Emilio volvió a sonreír.

—¿Y cómo es que vives aquí solo?

—En los últimos tiempos de guerra tuve un accidente durante una tormentosa noche en el mar y me dieron por muerto. Nunca debí partir con aquellas condiciones climatológicas, pero debía ayudar a unos amigos a ponerse a salvo. Ya dominaban los invasores y comenzaban a imponer sus leyes, había numerosas ejecuciones y persecuciones, el único modo de socorrerlos era sacarles de Almería y alejarles de las fuerzas de las leyes invasoras que les perseguían. Días después, cuando conseguí regresar al puerto, ya estaba abandonado. Tal como está hoy… nunca volvieron… y nadie se preocupó por mí. Llevo viviendo aquí solo muchos años, no sé cuántos francamente y creo que soy la única persona que come pescado de verdad en todo el mundo —dijo contundentemente antes de soltar otra enorme carcajada.

—¿En cuánto tiempo estaré recuperado? Necesito llegar al norte de África.

—Las noticias oficiales dicen que han muerto los terroristas en la costa melillense, pero las de verdad en la red oculta cuentan que los Sanadores de La Alcazaba os ayudaron a huir y que solo han derribado un helicóptero vacío, no han encontrado los cuerpos. Supongo que piensas encontrar a tus amigos allí, ¿no?

—Eso es, tenemos que localizar la gran torre que está situada en algún lugar del Sahara. Espero que de verdad estén vivos en Melilla, intentaré reunirme con ellos y conseguir que los Sanadores que residen allí nos ayuden.

—Tardarás unas cinco horas en llegar con la embarcación que te he preparado. Para entonces no te acordarás ni del disparo.

—¿Embarcación?

—Sí, desde ayer no hay televisión, pero como he comentado la red sigue activa y por ella se divulgaba que vuestros planes eran llegar allí. No sé exactamente qué vais a hacer, pero presiento que es bueno para todos. Mientras tú descansabas he preparado una pequeña lancha que te puede llevar a tu objetivo. Siento no poder acompañarte, pero con mi edad creo que poco podría ayudar.

—Muchas gracias capitán.

—No hay de qué, aunque tardarías menos llegando a la costa africana por Ceuta.

—Lo sé, pero si mis amigos están vivos debo encontrarlos.

—Bien, lo cierto es que el viaje te servirá para recuperarte del todo de la operación… y una vez allí, haced lo que tengáis que hacer…

Emilio comenzó a levantarse, pudo ver la bala extraída de su cuerpo sobre una bandeja de cristal situada junto a la máquina de curación. Después, Alonso le guio hasta el vehículo acuático. Tras unas breves explicaciones de su funcionamiento y sobre cómo orientarse para no desviarse en la travesía, se despidieron.

—Emilio…

—Sí…

—Cuando regreses tendrás arreglada tu moto negra… también tengo impresora 3D aquí.

—Gracias de nuevo Alonso…

El viejo sonrío y Emilio arrancó la lancha con una amplia sonrisa en el rostro.

 

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