Año 2027. Madrid (España)
Meses después de la Guerra de todas las Guerras.
Los invasores dominan la Tierra gracias a sus armas biológicas y tecnología superior, a pesar de que son muchos menos que los humanos. También cuentan a su favor con el arma más poderosa que existe, el miedo. Al acabar la guerra son muy pocos los que piensan que se les puede hacer frente.
Ya se han empezado a liberar presos y se les asignan trabajos y viviendas. Quienes se niegan a seguir las nuevas reglas siguen encarcelados o incluso son ejecutados.
José Sanador ha sido catalogado en la clase 1 del sistema SAD, es decir, es un esclavo. Antes de la guerra era administrativo en una empresa de seguros y luchó en la Guerra de todas las Guerras por la libertad de los suyos en cuanto comenzó el conflicto. Cayó enfermo por la pandemia del Covid-25 tarde y al recuperarse la guerra había terminado. Fue encarcelado y aceptó ser esclavo para salir de prisión.

Foto de engin akyurt
Vasco, nacido en San Sebastián hace 40 años, es de los pocos que todavía piensa que se puede lograr una revolución. Además, cree que hay que hacerlo rápido, porque podrían llegar más visitantes en el futuro y complicar todavía más la situación. Lamentablemente, poca gente piensa como él, los pequeños grupos contrarios al nuevo régimen no están organizados y la mayoría de los serviles, adaptados y dispersos están aletargados, atemorizados, más pendientes de sobrevivir que de comenzar una rebelión.
—Señor, ¿puedo salir al comercio? Rellenaré el administrador con los productos que me pidió —preguntó José a su amo.
Los bastianos estaban divididos en clases, pero no dentro del Sistema SAD como los humanos. Lo llamaban Sistema DC (Diferencias de Cometidos) y había tres distintas; Responsables, Guardianes y Dedicados.
Los Responsables, son la alta sociedad, su trabajo es aprovecharse de los recursos humanos que han conseguido en su colonización. También forman el gobierno, pero no hay ninguna figura que sea la más importante, no existe un rey, presidente o caudillo. Tienen el poder de decisión en cualquier tema y votan entre todos cada uno desde su casa. Se puede decir que deciden todo en referéndum si surge alguna duda sobre cómo tratar un asunto específico. Dan ideas de cómo mejorar la sociedad, pero realmente cada uno de ellos no tiene ninguna función específica. Viven en las mejores casas, las más grandes y con varios serviles a su disposición sin ningún tipo de restricción. Las hembras son tratadas con igualdad en cuanto a responsabilidad, pero es obligatorio que acepten dejarse preñar cada cierto tiempo con el objetivo de aumentar la especie, aunque pueden elegir al padre libremente y no son forzadas.
—Puedes ir, pero no tardes —contestó con desprecio su dueño responsable, sin apenas mirarle.
Los comercios eran las únicas tiendas que quedaban abiertas en la ciudad, no eran más que supermercados con los productos permitidos para la venta. No hay personal en ellas, solo cuando se repone, y todo funciona con sensores electrónicamente. Los comercios oficiales se encuentran solamente en las ciudades, no hay ninguna en los sectores, así que los dispersos crearon pequeñas tiendas que surten con productos comprados por dispersos autorizados en los comercios oficiales.
Tienen acceso todos los bastianos y también los serviles con el permiso de sus amos. La mayoría de los adaptados tienen prohibida la entrada, aunque algunos, como por ejemplo los trabajadores de la torre, adquieren un permiso especial y sí pueden comprar algunos productos en cantidades limitadas para consumirlos. Sin embargo, es la clase de adaptados la que se encarga de reponer los administradores de provisiones en todas las viviendas, ellos tienen acceso a los comercios, pero solo para comprar mercancía y reponer, y no para su propio consumo. Los esclavos encargados de la compra por mandato de sus amos, sí pueden comprar productos especiales a sus dueños, aparte de los asignados por Savi teniendo en cuenta la genética personal de cada uno. En teoría los dueños no debían permitir tal libertad, pero como escribió el poeta romano Décimo Junio Juvenal: “Quis custodiet ipsos custodes? “, que se puede traducir cómo: ¿quién vigila a los vigilantes?
Los dispersos pueden entrar solo si no tienen cuentas pendientes con el gobierno y no tienen acceso a todos los productos.
José salió hacia el comercio con su acreditación colgada del cuello. Había rumores sobre implantación de chips a la población, sobre todo a los serviles, pero de momento solo eran habladurías.
Entró en la nueva versión de supermercado cruzando bajo el arco de seguridad donde pudo ver sus datos en la pantalla: José Sanador. Fecha de nacimiento 16-08-1983. Grupo: Serviles. Trabajo: Vivienda bastiana CHL-200598. Ocupación: Total disponibilidad.
Era un día especial para él, realmente la salida para comprar no era más que una excusa para contactar con un viejo amigo. Este trabajaba ahora en el centro de transmisión de imágenes, algo parecido a la antigua televisión, aunque completamente controlado por los visitantes espaciales. Su amigo, Matías, tenía conocimientos técnicos que podrían ayudarle a llevar a cabo el plan que tenía en mente, usar la red de telefonía tradicional que había dejado de usarse, para crear una red de comunicación alternativa para la resistencia. Así podrían organizarse, comunicarse, unirse y revelarse.
—Cuánto tiempo Pepe —dijo Matías, mientras simulaba ojear las latas de conservas.
—¡Mucho!, demasiado… ¿cómo diste conmigo? —replicó José.
—En el centro de emisión manejamos muchos datos, vi tu nombre por casualidad en un listado. Lo complicado fue hacerte llegar la primera nota, pero veo que las has recibido todas sin problemas.
—Y las mías te han llegado a ti…
José paró de repente de hablar cuando escuchó acercarse a un pequeño artefacto volador hacia el pasillo donde se encontraban. Se alejó unos pasos esperando que pasara de largo y cuando lo hizo continuó hablando.
—¿Ves posible usar los cables telefónicos cómo te comenté?
—Perfectamente, es increíble que no se hayan dado cuenta, han despreciado esa red completamente y a nadie se le ha ocurrido desmontar las torres y arrancar cables. Sí hay algunas centrales que no funcionan, pero si se mantienen encendidas las que hay, habrá una amplia red de comunicación no controlada… noticias, música, imágenes, entretenimiento… ¡información!… todo puede volver. He configurado dos enrutadores, tenemos que probarlo y habría que crear instrucciones para la gente, para que sepan cómo fabricar y configurar los suyos propios. Casi todo el mundo tiene viejos trastos de esos en el mundo disperso y no es difícil conseguirlos para los adaptados. Lo cierto es que tu plan es perfecto.
—Eso me parecía, pero no tengo los conocimientos técnicos que tú tienes. ¿De dónde has sacado los trastos que necesitabas?
—Hay una sala en la central donde guardan a modo de museo cantidad de objetos que consideran viejos e inservibles. A veces puedo entrar allí y rememoro los años antes de la guerra. Hay hasta libros, Julio Verne, Cervantes, Stephen King…
—Que tiempos… ¿Y para qué lo guardan?
—La idea es hacer un museo, para que todos vean las mejoras que han traído.
—Sí… ahora tenemos un asistente virtual que te cuenta historias… lástima que no sean las que escribió Shakespeare…
—Ya… o eso que llaman música… echo de menos la de verdad…
—Bueno, todo puede cambiar… Esto que estamos preparando debe unirnos en todo el mundo y, sobre todo, tiene que hacer despertar a la gente. No podemos vivir así, mejor intentarlo y morir que ser esclavos de estos hombres gato del espacio.
—Creo que lo mejor es distribuir los enrutadores por los barrios dispersos, seguro que ellos corren la voz rápidamente, se hacen con sus propios aparatos para arreglarlos y configurarlos y difunden su uso.
—Me parece bien, ellos no están tan vigilados como nosotros… ¿Y si lo descubren? ¿Lo has pensado?
—Sí… si así fuera, destruirán toda la red, pero… desprecian todo lo que no es inalámbrico, prácticamente han desaparecido los cables en todas partes. Desde que nos mostraron la forma de transmitir electricidad por el aire no hay nada que se conecte con ellos. En cambio, la disponibilidad de cables de todo tipo es inmensa a día de hoy. Creo que puede salir bien.
—Pero, ¿y si los traidores lo descubren y lo comunican?
—Los “coletas” son un problema, sí… pero entre los dispersos no hay problema, y muchos adaptados no son unos vendidos… he pensado que hay que crear dos niveles.
—¿Dos niveles?
—Verás, ponemos en marcha la red y la difundimos. En ella habrá noticias “permitidas”, música prohibida, películas, series e incluso partidos de fútbol. Tengo acceso a los servidores de varias compañías antiguas de contenidos… no será problema. Así incluso los “coletas” lo querrán y lo ocultarán a los cerdos espaciales.
—Entiendo, y a través de la nueva red habrá una especie de red oculta, una Dark Web o algo así, ¿no?
—Efectivamente Pepe, y ahí sí tendremos mucho cuidado de contactar solo con las personas que pertenezcan a la resistencia.
—Me parece genial… Tienes que hacerme llegar los enrutadores y yo los llevaré a algún sector de las afueras. Tú eres ahora demasiado importante para arriesgarte a que te descubran. Eres el que tiene los conocimientos técnicos y el acceso a los contenidos. Yo en cambio ya he hecho germinar mi idea, soy prescindible.
Matías quedó unos segundos pensativo, por fin, asintió y le contestó.
—Está bien, te los haré llegar del mismo modo que las notas anteriores. Pepe…qué coño Pepe, Don José… esto puede ser el principio de algo muy grande. Tal vez en este supermercado haya nacido la reconquista de nuestro planeta.
—Digamos que es pronto para definirlo así… pero no dejaré de intentarlo. Gracias por tu ayuda Matías.
—Gracias a ti.
Dos días después José recibió un paquete que contenía los dos aparatos prometidos por Matías, junto a unos cables y las instrucciones para fabricar, configurar y modificar otros enrutadores compatibles a ellos.
Era difícil que un servil pudiera salir de la vivienda donde estaba destinado, pero José no podía esperar más. La reciente muerte de un compañero en su propia vivienda, le había hecho darse cuenta que había que empezar a luchar ya. La víctima, un servil llamado Alberto, saltó desde una ventana para no ser el juguete sexual de sus dueños.
Salió esa misma noche de la vivienda cuando todos estaban dormidos. Sabía que tendría que esconderse de los drones y las patrullas nocturnas, pero también sabía que no había tantas como los gobernantes hacían creer a través del canal de noticias oficial.
No podía alquilar un vehículo, no solo estaba prohibido para los esclavos, sino que los dispensadores callejeros no volvían a estar activos hasta la madrugada. Tampoco podía ir a los sectores andando, estaba demasiado lejos para ir y volver sin que nadie notara su ausencia. Muchas noches sus amos se levantaban o le requerían para alguna absurda tarea. Robó uno forzando el enganche al dispensador de vehículos. La seguridad no era muy grande, normalmente nadie se atrevía a romper las reglas, si lo hacías la pena podía ser la muerte y, además, los vehículos no tenían energía hasta la hora programada. Por eso sustrajo una bicicleta, aunque no funcionara su motor eléctrico, podría pedalear por su cuenta.
Todo fue bien hasta salir de la ciudad. Los pocos vigilantes mecánicos que vio volando en su camino los pudo esquivar fácilmente avanzando por calles secundarias. Ninguna patrulla le sorprendió en el centro de la ciudad.
No estaba acostumbrado a pedalear y le faltaba el aliento, así que paró unos segundos para recuperarse. Fue cuando le pareció ver en el suelo a un pequeño vigilante mecánico a 100 metros de él. Enseguida reanudó la marcha pedaleando como si estuviera en un sprint del cancelado “Tour de France”. No sabía si realmente le miraba a él, no había sonado ninguna alarma, no había visto ninguna luz, ni escuchó nada. Tal vez ni siquiera había visto un dron terrestre y era una papelera en el suelo. No paró de pedalear hasta llegar al sector que más había conocido años atrás, ahora no tenía nombre solo el sector 26, en su día él lo conoció como Alcobendas. Aquella zona que antes de la guerra era una zona residencial con chalets para gente adinerada, ahora no era más que una zona semidesértica, con edificios en ruinas y dispersos vagando por sus calles. No todos tenían viviendas, así que muchos vagaban por las noches, aunque teóricamente estaba prohibido hacerlo. Una vez al mes podía haber redadas y detenidos, pero no era lo habitual.
—Hola, puedo ayudaros… —comenzó a decir José a las primeras personas que encontró.
—Seguro que sí, ¿tienes dinero o comida? —preguntó uno de ellos.
—Tengo algo mejor, me estoy jugando la vida para daros algo que puede cambiar el mundo, necesito que me escuchéis.
—¿Has venido en una bici sin motor desde la ciudad? No te estás jugando la vida, ya lo has hecho… Sabes que estás muerto, ¿verdad?
—No me he encontrado ninguna patrulla, pero me da igual si consigo mi objetivo. ¿Sabéis algo de ordenadores? ¿Redes?
El vagabundo se le quedó mirando fijamente y sonrió.
—Yo jugaba a la Nintendo, ¿eso te vale?
Otro de los sin techo que permanecía sentado junto a la pared se levantó.
—Vas a tener suerte y todo. Yo era analista informático antes de que estos hijos de puta nos invadieran —dijo el nuevo interlocutor.
—Perfecto, tengo aquí la fórmula para comenzar a crear una red libre de la supervisión de estos cabrones. Ponlos en marcha y difúndelo. Cuanta más gente consiga conectarse a la red, mejor. Una vez que veamos que estás conectado comenzaremos a distribuir contenido. Y te mandaremos más información para crear una especie de internet oculta que sirva de punto de encuentro para la resistencia. Lo más importante es que no lo divulguéis donde haya alguien que pueda delatarnos. Tened cuidado con los adaptados a los que le facilitáis la información y si detectáis que le ha llegado a alguno que pueda dar problemas hacedle saber que puede tener, cine, fútbol y entretenimiento como el de antes.
Los dos vagabundos estaban un poco perplejos, pero el analista cogió el paquete que le ofrecía José.
—¿Cómo es posible que puedas hacer esto sin que lo detecten las autoridades? —preguntó el hombre según cogía el paquete.
—Líneas telefónicas… está todo ahí explicado…
—Siguen instaladas, pero no se usan… eres un puto genio amigo… ¿Cómo te llamas?
—José, José Sanador… y ahora tengo que irme…
—Nos encargaremos de difundirlo, regresa y espero que tengas suerte…
—Gracias. Estaremos en contacto.

Foto de alex varela
José volvió a pedalear en dirección contraria. Minutos después estaba entrando de nuevo en la ciudad. Había pasado una hora desde que salió de casa, ya no le quedaban más que unos 20 minutos para llegar, pero ahora sí observó claramente a una patrulla de vigilancia. Estaba compuesta, como era habitual, por un humano adaptado con trabajo de policía y un guardián alienígena reconvertido. No solo estaban vigilando la zona, sino que estaban buscándole. Efectivamente el robot vigilante con el que se cruzó le había descubierto.
Los guardianes eran otra de las clases del Sistema DC. Son los bastianos que en la guerra estuvieron en el frente. Ahora forman las fuerzas de seguridad y vigilancia, principalmente son la policía del régimen. Tienen permiso para matar si lo consideran necesario, cuentan con un arma reglamentaria que dispara proyectiles a modo de pistola. La misma arma se usa para efectuar descargas eléctricas como un potente táser, aunque sin cables, ni la necesidad de contacto con la víctima. En este modo, se proyecta una pequeña esfera metálica que provoca la descarga al impactar con el cuerpo de la víctima. Además, cuando se empiecen a implantar chips a los serviles, con el mismo arma se podrá acceder a ellos y controlarlos. Este grupo custodia edificios importantes y vigilan el buen funcionamiento de la red de drones y robots que recorren las ciudades.
Aunque no fue desde el comienzo, pero se pasó a incorporar a algunos humanos a esta clase de los guardianes sacados de los adaptados. Esta categoría también vive en casas con todo tipo de tecnología domótica, tienen un sueldo mejor y menos restricciones a la hora de salir y entrar, pero ni siquiera los bastianos guerreros tienen una libertad total y no tienen derecho a tener serviles. Esto hará que poco a poco vayan acercándose a los humanos, sobre todo en los sectores. Algunos se llegarán a hacer incuso amigos y, en algunos casos, a promover el mestizaje. Pero todavía tendrían que pasar varios años más para llegar a ello.
A José no le parecía que estos dos policías pudieran hacerse amigos de él, y ya no tenía sentido intentar esquivarlos para llegar a su casa. Sus dueños ya habrían sido avisados y le esperaba el peor de los castigos. Tal vez huir al sector del que acaba de llegar era la mejor opción, ¿pero podría lograrlo en bicicleta cuando la patrulla se acercaba en un coche? Solo sabía que no iba a rendirse hasta caer muerto. Se bajó de la bicicleta, apretó los puños y esperó a que el coche se parara a pocos metros de él. Había poca luz, si no fuera por la que desprendía el coche apenas podría verse nada.
—Tírate al suelo con las manos en la nuca —gritó el bastiano de la policía.
—No hagas tonterías —dijo a continuación el humano.
José pensó que ni siquiera podría golpear a uno de ellos, caería muerto antes de dar tres pasos. Se le ocurrían mil locuras y todas le llevarían a la muerte, pero su cerebro no dejaba de buscar cualquier tipo de solución.
—Ven aquí —escuchó a su espalda.
—¡Qué…! —balbuceó sorprendido José.
—Solo unos pasos atrás, amigo —volvió a oír la voz que venía de su espalda y del suelo.
José puso sus manos en la nuca y se dio la vuelta. El dúo policial seguía esperando que se fuera al suelo, pero se tranquilizaron al ver que su presa comenzaba a colaborar. Al girarse vio una tapa de alcantarilla levantada y una cabeza asomada desde abajo.
—Camina lentamente y baja por aquí, te espero abajo. Podremos escapar, jamás bajan por aquí —terminó de decir el hombre escondido, justo antes de desaparecer.
José dio un paso lentamente, mientras se agachaba. Los dos policías esperaban pacientemente a que terminara de irse al suelo. De repente, se lanzó hacia el agujero y entró en la alcantarilla ante el asombro de los agentes que solo vieron como se desvanecía en la oscuridad. Cuando ambos llegaron a la entrada circular, José ya estaba abajo corriendo junto a su salvador.
—Mierda, ¿tenemos permiso para bajar ahí? —preguntó el humano.
—¿Estás loco? Llamaremos a un vigilante, pide mientras tanto una orden de persecución —respondió su compañero.
Mientras uno usaba su “Allable” para comunicar a la central la huida, su compañero usaba el suyo para demandar un dron terrestre que bajara a las cloacas.
—Tranquilo, aquí abajo es fácil despistar y neutralizar los cacharros que manden… por cierto soy Nacho—tranquilizó el “topo” a José.
—Gracias, yo me llamo José… ¿y vives aquí abajo? ¿Cuánto tiempo llevas viviendo solo en estos pasillos?
—¿Solo? —contestó Nacho antes de comenzar a reírse.
José no volvió a decir nada y continuó siguiéndole hasta el final de un pasillo que llegaba a una vieja puerta de madera. Cuando la abrieron pudo ver un inmenso espacio lleno de gente, con luces artificiales, música, libros… una especie de oasis en el desierto.
—Aquí vivimos miles de personas desde el fin de la guerra. Muchos fuimos combatientes y nos negamos a ser esclavos, otros llegaron buscando refugio o huyendo. Ya no se usa el metro como transporte, pero sus estaciones están llenas de gente como nosotros.
—No sabía nada… pero esto es increíble —dijo muy sorprendido José.
Muchas personas evitaron ser apresados tras la contienda escondiéndose en las alcantarillas. Al principio fue duro para ellos, pero en el momento en que apenas quedaron ratas vivas, al igual que desaparecieron la mayoría de los animales en las ciudades, no era, para nada, mala idea instalarse allí. Y desde las alcantarillas se fueron adueñando de todo el nivel subterráneo, comunicando galerías con nuevos pasillos y montando una verdadera ciudad en toda la red de metro. Tenían que salir a buscar alimentos, pero vivían al margen de las leyes de los gobernantes invasores, incluso con más libertad que los dispersos. Esta clase no contemplada en el Sistema SAD no era muy común, no todas las ciudades del mundo tienen una red subterránea tan enorme como la de Madrid, pero en general en toda Europa existía este grupo que se autodenominaba “topos” y que muchos no sabían que existía, ni siquiera entre los dispersos. Las autoridades del gobierno calculaban que podían ser unos pocos cientos de personas, cuando realmente eran millares. Por alguna razón los bastianos no bajaban nunca allí y los drones no eran una gran ayuda dado la complejidad de moverse en los túneles subterráneos.
—Incluso hubo varios invasores arrepentidos que se unieron a nosotros, perseguidos por los suyos, y se escondieron aquí. Pero han ido falleciendo con el tiempo —explicó Nacho.
—¿Bastianos buenos? —preguntó asombrado José.
—Sí, varios guerreros, ellos fueron los que estaban en el frente en la guerra, pero al terminar no fueron tenidos en cuenta para gobernar y tienen menos derechos que los responsables. Y también varios dedicados…
—¿Los dedicados también?
—Por supuesto, hubo varios bastianos de esa clase que nos aseguraron que ellos no esperaban esta colonización de sus congéneres, vinieron engañados y después de la guerra se enfrentaron a los responsables. Ya sabes lo que pasa si llevas la contraria, no cumples con tu cometido o ayudas a los humanos a conseguir algo ilegal, son ejecutados. Eso la gente no lo sabe, pero a nosotros nos lo han contado alienígenas que huían por eso.
Los dedicados son un grupo parecido a los responsables, pero estos sí tienen funciones específicas, como médicos, profesores, transportistas, científicos, técnicos…tienen el mismo sueldo y derechos que el grupo responsable, excepto el del voto. Esto hizo que muchos no apoyaran la decisión de esclavizar a los humanos. Algunos huyeron de los suyos y otros viven sin esclavos al estilo de los adaptados humanos.
José también pudo ver a algunos híbridos. Los vástagos nacidos de la mezcla de las dos especies parecían vivir allí perfectamente adaptados y felices.
—¿Y no queda ningún bastiano vivo aquí abajo… pero sus descendientes sí sobreviven?
—No sabemos por qué es, los adultos acaban por enfermar y mueren. Efectivamente a los niños no les ocurre nada.
—¿Hay gatunos birmanos?
—Aquí no les llamamos gatunos, nos parece despectivo, son híbridos… aunque lo de birmanos no lo consideramos peyorativo. No hay ninguno, ellos suelen morir al nacer, sea aquí abajo o allí arriba.
—¿Y nunca ha bajado ningún cazarrecompensas?
—De momento no, y es una de las razones por las que preferimos permanecer en secreto.
—Es lógico —concluyó José.
José pasó allí los siguientes días, tenía claro que no volvería a ser esclavo, pero no podía dejar a medias lo que había empezado.
—Cuando salís a buscar comida, ¿contactáis con alguien?
—No nos fiamos de nadie, intentamos pasar desapercibidos incluso para los dispersos —contestó Nacho, el antiguo militar que se había convertido en una especie de jefe para esa población subterránea.
—Pero a mí me salvaste…
—Coincidió que estaba a punto de salir cuando te vi en peligro. No podía dejar que esos cabrones te cogieran. No tenemos problemas en que gente entre y se quede con nosotros, lo que no queremos es que la gente salga y puedan descubrirnos. Por eso la gente que sale en busca de alimento está muy comprometida con nuestra causa.
—Entiendo, entonces no podré salir…
—¿Necesitas algo?
—Enrutadores…
—¿Cómo?
José le contó a Nacho su plan. Dos días después había una pequeña sala habilitada entre los túneles con dos ordenadores y sus correspondientes enlaces a la red. Solo había conexión en esa pequeña habitación en el subterráneo, por la dificultad de empalmar con los cables del exterior, pero de momento era suficiente para contactar con el mundo de la superficie.
Sin desvelar desde donde se escondía, José fue enlazando a los distintos grupos que se iban conectando a su red. En solo un mes había al menos un ordenador conectado por ADSL en cada sector de la ciudad. Y en el siguiente año se consiguió hablar con gente de toda España, y sorprendentemente, también con personas de otras partes del mundo. Por supuesto, también había contactado con su amigo Matías, el cual facilitaba los contenidos como música, películas o eventos deportivos grabados. La red funcionaba perfectamente, ya estaba operativa también en muchos hogares de los dispersos. Savi no lo denunciaba porque no sabía que existía, toda la información que fuera por cable era invisible a su control.
Entonces José puso en marcha el segundo nivel, como lo llamó en su día Matías en aquel supermercado. La resistencia realmente empezó a unirse, a intercambiar información y se habló de que en un futuro podría habilitarse algún lugar desde donde retransmitir un canal de televisión en directo.
—Es hora de pasar al nivel 3 —comunicó José a Matías a través del micrófono de su ordenador.
—¿Cuál es ese nivel? —contestó su amigo.
—Comenzar la revolución…
—¿Quieres comenzar una guerra?
—Tengo un pequeño ejército escondido, que nadie sabe que existe. Realmente los gatos espaciales son muy pocos en comparación nuestra. Es cierto que tienen tecnología, pero ahora está también en nuestras manos. Muchos de los nuestros controlan sus armas biológicas, la mayor parte de la policía es humana… solo hay que abrirles los ojos.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—Necesito que me ayudes a entrar en el centro de emisión.
—¡¿Qué cojones?!
—Déjame explicarte, solo necesito acceso, no tienes por qué implicarte más. Yo retransmitiré un mensaje por el canal oficial, lo verá todo el país y después se difundirá al resto del mundo por nuestra red. Será la presentación de la resistencia a nivel mundial.
—Estás pidiéndome que arriesgue mi vida. ¿Cómo demonios no voy a implicarme?
—Solo acceso para entrar, roba una tarjeta de alguien, después no debes preocuparte por nada, yo haré todo, necesito un plano de la central, pero no necesitaré que estés presente. Tengo amigos aquí que saben de cámaras, mesas de edición y todo eso, después huiremos usando los túneles, es magnífico para esconderse un sistema subterráneo como el que tenemos.
—¿Solo un plano y poder entrar?
—Nada más.
—Está bien…
—Gracias.
Una semana después, a altas horas de la noche, José y dos compañeros de cloaca se dirigieron a la central de emisión. Entraron sin problemas gracias a un par de accesos abiertos que no disponían de vigilancia. Matías había cumplido su parte del plan. Siguiendo el detallado plano José pudo llegar a la sala principal de emisión. No se emitía nada hasta el amanecer, de hecho, era una de las horas de máxima audiencia. Muchos adaptados se despertaban con las noticias del canal oficial hartos de hablar con Savi.
Los intrusos dejarían todo preparado para que al encenderse la central de emisión se reprodujera su mensaje grabado. Era un vídeo de él hablando a la gente de la esclavitud, de que ellos eran muchos más que los bastianos, de la falta de cultura y entretenimiento… todo acompañado con música del grupo británico “Queen”… “The Show Must Go On” («El espectáculo debe continuar»). Debía llegarles al corazón.
Habían tardado más tiempo del esperado en acceder al sistema y grabar el mensaje. Tanto que quedaba poco para el amanecer. Prácticamente estaba todo preparado y ellos a punto de escapar, cuando un dron dio la señal de alarma.
—¡Joder! —exclamó José.
—Tenemos que salir enseguida —dijo nervioso uno de sus acompañantes.
—Sí, huid —le comunicó José a ambos compañeros.
—¿Cómo?, ¿tú no sales?
—No, tengo que terminar esto, apenas me llevará unos cinco minutos. Corred y os alcanzaré en el punto de huida.
Los dos compañeros salieron de la sala.
—Suerte… —le deseó uno de ellos.
José asintió junto a una sonrisa y siguió preparando la emisión. Tres minutos más tarde estaba todo listo. Todavía no había llegado nadie, aunque sabía que la alarma había sido dada. Salió corriendo de la sala y casi al final del pasillo encontró a la primera pareja de seguridad. Rápidamente entró en una pequeña habitación para ocultarse de los disparos enemigos. Estaba llena de trastos antiguos, un letrero en la entrada ponía “Objetos antiguos terrícolas”. Efectivamente había todo tipo de objetos que eran muy normales hacía años, pero que ahora prácticamente habían desaparecido, sobre todo en las ciudades. Había instrumentos musicales, consolas de videojuegos, televisiones LED, motos de gasolina, llaves, carteras, libros… Actualmente parecía un museo del siglo XX y estaban ahí guardados precisamente para en un futuro crear un edificio de visita y demostrar a los humanos que habían dejado de vivir en el pasado desde su llegada. Hubo dos artículos que le llamaron la atención; el primero una hermosa guitarra Stratocaster y la segunda una ballesta. Uno de los guardias entró en la sala y José disparó una flecha precisamente con dicha arma para deshacerse de él nada más entrar. Estaba esperándole. Se asomó por el pasillo y pudo observar que el segundo vigilante había entrado en la sala de emisión. Si desprogramaba el mensaje o lo destruía su plan habría fracasado. Corrió hacia la sala y encontró al bastiano destruyendo todo su trabajo. Una segunda flecha acabó también con él. Quedaba muy poco para la salida del sol, enseguida habría más guardias y el mensaje había sido destruido. No podía fracasar así, quedaba una última opción, retransmitir en directo su comunicado. No saldría con vida, pero al menos habría servido para algo todo el esfuerzo empleado. Si huía ahora no tenía garantizado salvarse y aumentarían la seguridad del centro de emisión en el futuro. Era ahora o nunca. Encendió el equipo principal y multitud de enormes monitores comenzaron a mostrarle imágenes. No solo era un centro de emisión, sino que era una especie de “Gran hermano” desde donde se podía ver el interior de cada vivienda con tecnología domótica. Pequeñas ventanas en cada pantalla mostraban los rostros de multitud de gente y solo había que tocar cualquiera de ellas para cambiar a otra diferente. Observó como ya había gente delante de sus pantallas para ver las noticias. Entonces se le ocurrió algo.
Los dos compañeros de José estaban a salvo en la entrada de la alcantarilla. Se miraron sin decir nada, pero los dos entendieron que José no iba a acompañarles. Solo esperaban que al menos el mensaje se retransmitiera.
Sanador salió corriendo de la habitación y regresó al proyecto de museo, cogió la guitarra y volvió a la sala de retransmisión. Cerró la puerta, puso el único mueble que había delante para atrancarla y conectó la mesa de control.
Un minuto para el amanecer. Oye golpes en la puerta, está claro que han llegado los refuerzos y ahora no son solo dos. Conecta la guitarra a la entrada de audio y enciende el equipo de emisión. Afortunadamente la mesa principal de control es todavía antigua y tiene entradas de conexión. Una mesa nueva se conectaría por bluetooh o cualquier otra tecnología inalámbrica y su fabulosa guitarra no sería compatible.
Ha salido el sol, la ciudad empieza a despertar. La puerta empieza a ceder, es cuestión de segundos que entren en la sala. Arranca la retransmisión:
—Amigos, humanos de todo el mundo. Me llamo José Sanador. Estoy aquí para haceros llegar un importante mensaje. No estáis solos. La humanidad está unida y no se ha rendido frente a los invasores asesinos. Podéis ser libres, podemos lograrlo juntos…
El primer disparo impacta en una pierna de José que cae al suelo de rodillas. La puerta está semiabierta, siguen empujando para apartar el pesado mueble que les impide el paso. Mira a los monitores donde ve la cara de la gente expectante, algunos asustados, otros emocionados. El segundo disparo da en la pared. Intenta levantarse, desde el suelo no se le ve en la retransmisión, pero ni usando la guitarra como bastón lo consigue. Respira hondo, se concentra, coloca los dedos y recuerda sus lecciones de guitarra. En su mente visualiza a “Deep Purple”.
La puerta acaba por ceder, el armario cae al suelo dejando pasó a varios miembros de la guardia, mientras José está tocando las primeras notas de “Smoke on the water”. Los televidentes oyen por primera vez en muchos meses una conocida melodía descatalogada y prohibida. Los siguientes disparos impactan en su cuerpo y deja de tocar al instante sumido en el dolor. Cae al suelo y es rodeado por los bastianos. Uno de ellos apaga la emisión. Se siguen viendo los monitores con la cara de la gente en sus casas. Sanador está a punto de perder su vida, se le cierran los ojos lentamente, pero puede alzar la vista hacia los monitores por última vez. En ellos, ve algo en los ojos de muchas personas que le hace sonreír: Esperanza.
Próxima entrega: Capítulo 05: El secreto
Empieza lo bueno jejeje
¡Maldición! Lo dejaste en lo más emocionante. Afortunadamente la siguiente parte sale mañana