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Capítulo 9: ¡Cazado!

Emilio había recorrido no más de trescientos metros desde el almacén, cuando a lo lejos pudo ver que un coche policial se detuvo y giró de dirección para ir a hacia él.

—Mierda, mierda, mierda… —balbuceó Emilio, mientras no dejaba de acelerar su lento medio de transporte.

—Es él, te dije que sería sencillo —dijo muy contento Arnold.

—Tiene un vehículo… —apuntó Marcos.

—Estas ratas de los sectores guardan un montón de antiguallas.

Emilio salió de la calle principal en la que se encontraba y entró en una más pequeña intentando despistar a sus perseguidores. Al doblar la esquina se topó con una inesperada sorpresa. Una esbelta silueta le cortaba el paso.

—¡Joder! —exclamó Emilio.

Paró en seco, se dio la vuelta e intentó alejarse. Sara dio unos pasos alejándose de su moto mientras sacaba su arma.

—Detente, no puedes huir —dijo ella mientras le apuntaba.

Emilio no hizo caso y entonces ella cambió de objetivo, apuntó hacia el patinete y disparó. La rueda trasera del vehículo saltó por los aires haciendo caer a su piloto que terminó rodando por el suelo. Sara se acercó y volvió a apuntarle. Antes de poder decir nada, ambos vieron acercarse las luces de la policía.

—¡Mierda! Un cazador ha dado con él… —exclamó Arnold.

—¿Qué hacemos?

—Intentemos que se vaya por las buenas.

—Es su trabajo, dejémoslo…

—Hemos llegado hasta aquí, no nos vamos a ir sin nada —dijo el bastiano mientras bajaba del coche.

Al acercarse percibió que se trataba de una mujer.

—Vaya, que sorpresa, si eres una linda cazadora… puedes irte, ya se encarga la autoridad.

Sara pensó unos instantes hasta que respondió.

—Es mucho dinero para dejarlo escapar.

—Pues tendrás que hacerlo.

Marcos también había bajado del coche y apuntaba con su arma a Sara.

—Arnold, tiene derecho a llevárselo… —recordó Marcos a su compañero.

Pasaron unos segundos donde nadie pronunció palabra, ninguno se atrevía a moverse intentando averiguar el siguiente paso de los demás. El vuelo de un dron sobre sus cabezas cortó el momento de tensión. El aparato metálico levitaba sobre los cuatro actores de la escena.

—¡Mierda! Marcos, manda una orden para que el dron nos dé prioridad.

—No va a disparar estando nosotros aquí —aclaró Marcos.

—A menos que la cazadora dispare —añadió Arnold.

Emilio aprovechó estos momentos de confusión para levantarse. Sara le vio e intuyó que intentaría escapar.

—No lo hagas… —avisó Sara a Emilio.

Este no hizo caso y comenzó a correr, enseguida el dron se giró en el aire y le apuntó. Al mismo tiempo, Sara se tiró al suelo rodando esperando esquivar las posibles balas del vigilante volador. Sin embargo, este no llegó a disparar gracias al control que ejercía Marcos con su “allable”. A continuación, la cazadora observó como Arnold apuntaba a Emilio, y antes de que pudiera efectuar algún disparo, fue ella la que apretó su gatillo contra el robot de vigilancia mientras, al mismo tiempo, corría hacia los policías. El dron giró entonces hacia ella, teniendo en su línea de tiro a la pareja policial. Unas luces se apagaban y encendían en el frontal del aparato volante. Estaba programado para no disparar si había algún tipo de peligro para agentes de la ley, pero si era atacado, debía hacerlo, por lo tanto, su programa de inteligencia artificial estaba decidiendo cuál de las contradictorias reglas tenía prioridad. Arnold dejó de apuntar a Emilio e intentó refugiarse tras el coche temiendo una mala decisión del pequeño volador metálico.

—Se está volviendo loco como si fuera un puto animal… desconéctalo Marcos, haz que se vaya.

—Lo intento… lo he desarmado, pero no es fácil anular las directrices de una orden de persecución.

—¿No disparará?

—No, ya no…

Arnold salió corriendo persiguiendo a Emilio, que había conseguido entrar en un edificio abandonado.

—Encárgate tú de esa zorra.

Marcos miró alrededor y se apercibió de que Sara ya no estaba presente. El policía terminó de reprogramar las órdenes del dron y este recuperó su estabilidad y se alejó. Unos instantes después, vio como Sara pasaba con su moto a gran velocidad, justo delante de él, en dirección al edificio donde habían ido Emilio y Arnold. Él se apartó del coche y corrió hacia aquel lugar.

Dentro del edificio, unas antiguas oficinas desmanteladas, había una escalera que subía de piso en piso hasta la parte superior. Emilio ascendía a toda prisa por ellas esperando sacar la suficiente ventaja para no recibir los disparos enemigos. No sabía muy bien quien le perseguía, pero estaba seguro de que al menos eran dos, suponiendo que la cazadora se hubiese retirado. Si no era así, el problema sería todavía mayor.

Arnold veía como se escapaba el fugitivo y comenzó también a subir las escaleras. Marcos le vio hacerlo y antes de seguirlo miró a su alrededor, no había rastro de la cazadora ni tampoco otra forma de ascender. Al fin, tomó el mismo camino que su compañero.

Fuera del edificio, Sara escalaba la fachada, ayudándose con las tuberías, cornisas y balcones.

Emilio consiguió llegar al a planta superior, pero no encontró ninguna otra salida. El edificio estaba en ruinas, los grandes ventanales ya no existían y podría saltar al vacío desde cualquier lado del edificio. Aunque hubo un momento en el que se lo planteó, presintió que esa opción sería una muerte segura. Se acercó a un extremo y se fijó en unos tablones en el suelo, junto a varios materiales de construcción, estaba claro que en algún momento se iban a hacer algunas obras que se pararon de repente. Miró entre los instrumentos que seguían por allí, pero no encontró nada que pudiese servirle de arma. Oyó cómo se acercaba Arnold ya en el último tramo de escalones, mientras fijaba su atención en una polea que debió servir para elevar el material por el exterior. La gruesa cuerda seguía en ella. Una idea pasó por su cabeza. Era una locura, pero tal vez fuera el único modo de salir con vida de allí.

—Bien amigo, te has quedado sin escapatoria —gritó Arnold apuntándole.

—No he hecho nada, todas las noticias sobre mí son falsas.

—Típico de los gusanos terroristas… ni siquiera son capaces de reconocer sus actos cuando han sido apresados.

Arnold se iba acercando lentamente a Emilio sin dejar de apuntarle. Marcos también llegó al final de la escalera.

—Qué poco has tardado… —dijo Arnold.

—Sigo en forma… —dejó claro Marcos.

—Tenéis que creerme, el gobierno es el que suelta el virus y crea la pandemia… tengo pruebas.

—Bien, pues ya las presentarás cuando tengas oportunidad, ahora te vienes con nosotros —replicó Arnold.

—No lo haré… —comentó Emilio negando con la cabeza, visiblemente alterado.

Los policías se habían ido acercando lentamente y apenas les separaban ya unos pocos metros.

—Vamos, ven por las buenas, no sufrirás daño —aseguró Marcos amablemente.

—Sabes tan bien como yo que me matarán y ni siquiera podré defenderme. Así es la justicia de esta gente… ¿cómo no te das cuenta?  Tú eres de los nuestros —dijo Emilio al agente.

—No, habrá un juicio, los dedicados se encargarán de ello. Se aclarará todo y la verdad saldrá a la luz —insistió Marcos.

—Sé que no será así…

Emilio dio un paso hacia la polea, pero se detuvo tras un disparo de Arnold que impactó en los tablones junto a sus pies.

—El siguiente irá directo a tu pecho —aseguró Arnold.

Desde el otro extremo del edificio estaban siendo observados por Sara, que acababa de llegar hasta arriba tras su escalada. Ella avanzaba agachada con su arma en la mano, con cuidado por donde pisaba para no hacer ruido y llamar la atención.

—Prefiero morir aquí que ejecutado a manos de esos sanguinarios cabrones.

—Cómo prefieras, ya estoy harto… —concluyó Arnold, apuntando a Emilio con intención de terminar de una vez con el problema.

—¡Nooo! —gritó Marcos, golpeando el brazo de su compañero y haciéndole perder el arma.

Emilio aprovechó la inesperada ayuda recibida y se jugó la vida saltando hacia un extremo de la cuerda que colgaba de la polea. Al agarrarla comenzó a descender a gran velocidad, pero de forma segura gracias al contrapeso del otro extremo. El polvo que se desprendió al girar la polea nubló parcialmente la escena.

—Estás loco terrícola —espetó Arnold a Marcos.

—No parece un terrorista, no había pruebas de ello en su casa, existe una orden de persecución, entreguémoslo vivo, es nuestro trabajo —intentó explicar Marcos.

Su colega recogió el arma del suelo bastante enfadado.

—¿Sabes por qué te elegí como compañero?, pensé que un peleador como tú tendría poco seso y dejaría hacer mi trabajo. Pero tú eres un puto listillo.

—Arnold yo…

Al instante el bastiano disparó a la cabeza de Marcos sin que este pudiera reaccionar.

Emilio, tras la sacudida sufrida cuando la cuerda llegó al final del recorrido, oyó el disparo. Se había quedado balanceándose en el aire y terminó soltándose cayendo al pavimento desde una altura de unos dos metros. Rodó por el suelo, algo magullado, pero sin ninguna lesión importante. Comenzó a correr como pudo hacia el vehículo policial.

El policía bastiano empezó a bajar las escaleras a toda velocidad. Sara, sorprendida por lo ocurrido, volvió a bajar por las escaleras.

La puerta del coche de policía estaba abierta. Ahora todo funcionaba con datos biométricos, no había llaves para arrancarlo, no podría ponerlo en marcha… a menos que el humano que lo conducía no lo hubiese bloqueado. Emilio sabía, por haber usado en alguna ocasión vehículos oficiales en la torre, que funcionaban como los antiguos Smartphones, necesitas ponerlo en funcionamiento con una huella digital autorizada, pero si está desbloqueado y lo dejas así, cualquiera puede usarlo hasta que se vuelva a apagar. Pensó que si la puerta estaba abierta es que no se había bloqueado manualmente, la duda era cuánto tiempo habría transcurrido desde que el policía abandonó el coche, y si se habría cancelado de forma automática.

—Por favor, por favor, por favor… —repetía Emilio para sí mismo sin dejar de correr.

Puso las manos en el volante y las luces del panel se encendieron. Su sonrisa estaba provocada más por la incredulidad que por la alegría. En cualquier caso cerró la puerta y arrancó alejándose de sus perseguidores.

Cuando Arnold llegó abajo era demasiado tarde. Sacó su “allable” y hablo por él.

—Savi, necesito que bloquees el coche por robo…

—Los datos introducidos son los de tu compañero Marcos, necesito el código de seguridad para efectuar tu petición, —escuchó como respuesta.

—Si dices una palabra más te vuelo los sesos o lo que sea que tengas dentro de tu cabeza de gato —dijo Sara apuntando al bastiano a pocos metros de distancia.

Este se volvió lentamente.

—Dame el trasto —ordenó Sara sin dejar de apuntarle.

Arnold dejó el asistente en el suelo.

—Puta cazadora… ¿Sabes cuál es el castigo por enfrentarte a las fuerzas de la ley?

—¿Y por matar a un compañero a sangre fría?

Arnold la miró con desprecio sin decir nada. Ella apuntó al “allable” en el suelo y le disparó destrozándolo.

Las armas de los cazarrecompensas eran antiguas pistolas de balas, sin embargo, las de los policías tenían un sistema de seguridad para que solo las usara su propietario. Estas podían disparar proyectiles o efectuar fuertes descargar eléctricas lanzando una pequeña bola de metal sin necesidad de cables unidos a ella, e incluso podían provocar la muerte si el impacto se hacía desde muy cerca. El uso de uno u otro modo dependía de la decisión personal de cada agente.

—Ahora dame tu arma si no quieres que te haga lo mismo que a tu juguete.

Arnold la dejó también en el suelo.

—Aléjala de ti…

Arnold estaba a punto de patearla cuando un dron a sus espaldas comenzó a disparar.

—¡Qué oportunos, joder! —exclamó Sara escondiéndose en el interior del edificio que había escalado hacía unos minutos.

—Bien hecho bicho —dijo Arnold recogiendo su arma.

Sara apuntó al robot volador y lo inutilizó de un solo disparo, sin embargo, Arnold ya estaba a cubierto y armado.

—Puedes cargarte un vigilante, pero ¿sabes cuál es el protocolo en un segundo aviso en la misma localización?

Sara pensó unos segundos recordando que hacía unos pocos minutos ya se había desactivado un primer dron.

—Un segundo aviso… —musitó para sí misma antes de comenzar a correr.

—El protocolo es mandar una legión de ellos —terminó diciendo Arnold antes de reírse.

Sara estaba montándose en su moto cuando comenzó el fuego desde varias posiciones. Pudo ver en el aire un mínimo de diez robots voladores armados. Arrancó y partió a toda velocidad. Apretó un botón azul en el panel de la moto y una especie de barrera protectora se elevó desde el frontal para cubrir parcialmente tanto al vehículo, como a la conductora. Las balas resonaban cerca, rebotaban a su alrededor, inclusive alguna impactó en su querido vehículo, pero ella no recibió ningún dañó. El policía vio cómo se alejaba aunque perseguida por los drones.

—Ha habido un aviso de robo de este vehículo policial, si usted es el actual propietario asignado diga el código de seguridad o pase la tarjeta identificadora por el escáner. Si no lo hace el vehículo quedará inutilizado en breve —fue la voz que escuchó Emilio.

—Demonios de tecnología…

—Esa tampoco es la clave numérica… tiene otro intento…

Emilio se vio perdido y solo se le ocurrió probar algo a la desesperada.

—Cero, cero, cero, cero…

—Esa no es la clave numérica… tiene otro intento más…

—Uno, dos, tres, cuatro.

Se oyó un pitido y la voz pareció no contestar.

—No me lo puedo creer…

El coche prosiguió su marcha… hasta que a pocos metros se detuvo de repente.

—Código no válido, vehículo bloqueado.

—Ya decía yo…

Foto de Alaa Mekibes

Buscó en sus bolsillos, halló tanto el mapa como la acreditación que pasó por el escáner del panel frontal y volvió a guardar sus pertenencias.

—Lo siento, ese código no es válido para coches oficiales, diríjase a un expendedor público para usarla —comunicó Savi.

Abatido salió del coche. Apenas se veía nada, por allí no había farolas ni nada parecido, solo le llegaba la poca luz que salía del panel del vehículo sumada a la brillante luna que iluminaba desde lo alto del cielo.

Sara se iba deshaciendo de los peligrosos voladores entre las calles del sector. Su exquisita, aunque arriesgada conducción, iba logrando que los drones chocaran contra las paredes e incluso unos con otros. Seguía esquivando las balas, aunque su moto empezaba a estar dañada por los impactos a pesar de la barrera frontal.

—Bueno, parece que solo queda uno —dijo en voz alta Sara, como si quisiera tranquilizar a su moto.

Le sacaba bastante distancia, así que se detuvo y se giró en dirección contraria. Se quedó quieta, agudizando el oído y apuntando al aire. A los pocos segundos apareció el ingenio volante y ella efectuó un solo disparo con la máxima tranquilidad. Acertó de pleno, haciendo caer al último de sus perseguidores antes de que este pudiera dispararle a ella. Reanudó la marcha con intención de salir del sector y perseguir su botín.

Emilio se separó del vehículo policial que solo serviría para ser localizado y comenzó a esconderse a través del campo que había a un lado de la carretera. Corrió lo que pudo, pero ya estaba muy cansado y las fuerzas empezaban a faltarle. Oyó acercarse la moto por la carretera y se acordó de la cazadora, ahora el problema no era la policía, sino ocultarse de ella. Cuando vio que llegaba junto al coche policial abandonado, se tiró al suelo y permaneció así, escondido entre la vegetación de la zona.

Sara se detuvo junto al vehículo policial, lo examinó durante unos instantes y después miró alrededor. Era experta en perseguir fugitivos, enseguida advirtió el rastro dejado por Emilio, la hierba aplastada y pisadas en la tierra le indicaban por donde había huido. Montó de nuevo en su compañera de dos ruedas y fue atravesando el campo a menor velocidad, para poder seguir rastreando su presa.

El motor apenas hacía ruido al ser eléctrico, pero Emilio podía oír la vegetación aplastándose mientras ella se iba acercando. De repente el sonido quedó en suspenso, él levantó la vista y vio a Sara apuntándole con su arma mientras daba el último paso para llegar junto a él.

—Me ha costado llegar hasta ti —afirmó Sara.

—¿Vas a matarme? —preguntó Emilio.

—No creo que sea necesario… levanta…

Emilio le hizo caso, escondiendo en un costado el cuchillo que Matías le había facilitado.

—Dime… ¿has hecho eso que dicen las noticias?

—No… todo es mentira…

Sara sacó su “allable” y lo encendió, después lo acercó a Emilio sin dejar de apuntarle en ningún momento.

—Mira esto.

La pantalla mostraba las imágenes que había grabado de la televisión en el bar de su barrio.

—No es verdad, yo estaba allí, intenté ayudar a ese hombre, pero lo mató uno de los vigilantes de seguridad. Esa chica estaba también junto a mí, me vacunó un minuto antes, pero ni siquiera dijo eso…

—¿Por qué eres tan caro?

—¿Caro?

—Tu recompensa es tres veces superior a otros fugitivos.

—Creen que tengo información secreta.

—¿Creen?

—Bueno, sé que la pandemia la originan los extraterrestres y vacunan a quien le interesa que se salve… escuché algo que debe ser importante para ellos, pero todavía no sé exactamente qué es.

—¿Cuál era tu plan? ¿Esconderte en las cloacas el resto de tu vida?

—No, tengo la localización de un grupo de Sanadores, pensaba pedir su ayuda y retransmitir un mensaje por televisión para hacer ver al mundo cómo son y cómo actúan estos cabrones.

Sara bajó el arma sorprendiendo a Emilio considerablemente.

—Puedes guardar el cuchillo —dijo Sara.

—¿El cuchillo? —intentó disimular Emilio.

Sara no se molestó en contestar. Él acabó por guardarlo sin insistir en ocultarlo.

—Lo vi nada más observar el vídeo… es bastante burdo, antes de la invasión era directiva en una empresa de marketing. Yo preparaba vídeos así para atraer clientes, aunque con mejor factura. Está claro que el vídeo ha sido montado y manipulado. No cuadra la voz de la enfermera ni las imágenes de los destrozos… Estaba claro que querían incriminarte, para mí era necesario verte personalmente y asegurarme de que no eras un terrorista.

—¿Me vas a dejar ir?

—No entrego a gente inocente, solo a criminales, ladrones, asesinos…

—Gracias…

—Vamos.

—¿A dónde?

—¿Piensas difundir tu mensaje desde este campo?

—No… tengo una tarjeta codificada para poder conseguir un coche anónimo en la ciudad y moverme libremente sin ser detectado.

—Pues allí vamos… —dijo mientras comenzó a andar.

—Sí… —contestó él subiendo a la moto tras ella.

Sara regresó a la carretera en dirección a la ciudad.

—Agárrate bien —aconsejó Sara. Él le hizo caso.

Apenas veinte minutos más tarde estaban recorriendo las calles del centro de la urbe.

—No suelo estar por la ciudad y menos a estas horas. ¿Hay mucha vigilancia? —preguntó la cazadora.

—Hay robots vigilantes, tanto terrestres como voladores, pero no suelen ser muchos, casi todo el mundo cumple las normas. Yo creo que es la primera vez en diez años que estoy fuera de casa de noche. Lo que más veremos son pequeños robots en las fachadas de los edificios o limpiando las calles —contestó Emilio.

—¿Dónde hay un parking de alquiler de coches?

—¿Un expendedor? En cualquier lado… el problema es que permanecen cerrados hasta que amanece.

La moto comenzó a hacer ruidos extraños y a humear.

—¡Joder! —exclamó Sara.

—Sé dónde podemos esperar, descansar algo hasta que amanezca e imprimir repuestos para la moto.

—¿Un sitio seguro?

—Sí, los trabajadores de la torre tenemos un lugar donde guardamos herramientas y material. Está bajo tierra y allí nunca entran los bastianos.

—¿Qué les pasa a estos seres con los sótanos?

—No lo sé… el lugar del que te hablo es completamente seguro, hasta hay una nevera antigua donde guardamos algo de comer. Los de la torre somos de los pocos que podemos ir a comercios y comprar comida de verdad para nuestro consumo durante las jornadas de trabajo.

—Qué privilegiados… está bien, vamos allí.

Emilio fue indicando el camino por las calles más oscuras con cuidado de no toparse con ningún vigilante, ni terrestre, ni volador. Cerca del recinto de la torre pudieron ver como habían vuelto a tapiar las entradas del metro. No había rastro de las explosiones ocurridas hacía unos días.

—Los cabrones esparcieron el virus por el metro, acabaron con miles de personas. Creo que solo yo salí con vida.

—¿Eres inmune?

—Como te dije me vacunaron justo antes de huir.

—Hijos de su madre…

Una vez en la parte trasera del recinto de entrada a la torre, entraron en el sótano por una rampa de acceso, pasando sobre una gran trampilla metálica situada en el suelo y que parecía que no había sido abierta en muchos años.

—¿Qué hay ahí abajo? —preguntó ella mirando la entrada que estaban pisando.

—Antiguamente se introducía material por ahí de forma mecanizada, hay pasillos llenos de trampas y brazos mecánicos. Llega hasta el centro de la torre, donde están las baterías que cambiamos. Desde que colocaron humanos para trabajar ya no se usa.

En pocos miunutos se habían instalado en un pequeño cuarto lleno de herramientas.

—Ahí está la impresora 3D, yo voy a por algo de comer.

—Me parece bien. ¿Aquí no te lo sirven ni te eligen la comida?

—No, como viene gente muy diversa, era complicado, así que dejaron que gestionáramos personalmente los suministros, siempre que no salgan de aquí.

—Vaya, os dejaron algo de libertad…

Sara pasó un buen rato buscando en la red los modelos de las piezas que necesitaba para introducir los datos en la impresora. Después de imprimir y cambiar varias piezas de la moto, comieron algo no nutrigenético preparado por Emilio y, después, ambos se tumbaron a descansar.

—Quedan un par de horas para que salga el sol, intentemos dormir un poco —propuso ella.

—Me parece bien… ¿Qué harás mañana? ¿Volverás a tu sector?

—¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Te has enfrentado a las fuerzas de la ley por encontrarme… para dejarme libre… ¿No te perseguirán a ti ahora?

—No llevo nada que me identifique, es una regla básica de un cazarrecompensas… Somos como cincuenta cazadoras en todos los sectores, no creo que den conmigo fácilmente.

—Pero en el sector 13 no puede haber tantas.

—No vivo en ese sector.

—Entonces, ¿cómo me has encontrado?

—Imaginé que irías a la luz. Supuse que si de verdad valía la pena eso por lo que te persiguen, acabarías frente al gran gurú.

—Espera, ¿tú sabes dónde vive el anticuario y cómo localizarlo?

—Soy muy buena en mi trabajo.

—Pero, pero… ¿por qué no has ido a por él?, debe ser más caro que yo —dijo mientras se incorporaba.

—Lo fue en su día, ahora no tanto.

—Aun así…

—Ya te dije, solo asesinos, ladrones… en definitiva criminales.

Emilio se quedó conforme con la respuesta y de nuevo se tumbó para intentar dormir. Sin embargo, no tardó mucho en volver a preguntar.

—Estabas allí mientras me reuní con él, ¿verdad?

—Lo estaba. No os oí hablar, pero os vi.

—Nunca te has planteado entregarme.

—No, pero debía estar completamente segura.

—Tienes que ayudarme… ven conmigo… tengo que llegar a Almería, allí está la sede de la retransmisión de televisión “pirata”.

—Vale.

—¿En serio?

—Si te callas y te duermes sí.

Emilio dudó si estaba tomándole el pelo o hablando en serio. No dijo nada más e intentó conciliar el sueño. Pasaron unos segundos y entonces fue ella quien rompió el silencio.

—No lo lograrías sin mí. Tenía decidido ayudarte desde que vi la noticia en un bar.

Emilio sonrío, cerró los ojos y ya no abrió la boca.

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